Sábado 13 de
septiembre:
La mañana corrió con airecillo de
“no-te-levantes-hasta-el-día-17”; gelidez que exigió un café colombiano bien cargado,
endulzado con miel, al refuerzo de un chorrito de jerez…
Enciendo sin ganas
mi computadora. En el rincón de mi cuasi-oficina el sol juega a ser puente
entre el ambiente sombrío de la recepción y el rebote luminoso de las fachadas
de enfrente filtrándose por las ventanas. El humo del café blanquece y toma la
importancia que sabe dar el retozo de luces y sombras de media mañana nórdica;
de pronto empieza a danzar, a jugar con el tiempo y resbalar hacia el cielo,
volviéndose interminable; toma la forma de espiro, donitas, giroscopios
informes, veletas de viajero imaginario… y se tinkerbelliza… adopta el perfil
de una mujer de fantasía, de las que cumplen deseos. Delinea su sonrisa,
profundiza sus ojos, derrama por su bella delgadez un cabello que se pierde
entre las alas… y vuela a contraluz jugueteando con el
“me-acerco-me-alejo-de-ti”… y se transforma en letras, palabras, mensajes
indescifrables… y arroja su disfraz a todos los puntos cardinales, reinventando
otro juego... tan sensual como peligroso…
tan etéreo como ardiente.
La taza de café
suda vapores, condensándolos en ríos de lava, se pierden al llegar al
escritorio, donde me arrojan una verdad fría: habrá puente laboral, será
posible hacer aviones de papel con el tiempo, burbujas con el quehacer
acostumbrado.
En mi despacho se
vive una exacerbada adoración al tiempo y su tic tac preciso, con clangs, gongs
y cucús que etiquetan las horas… sigo a la espera de poder dar el primer sorbo
a esa combinación dulce-amarga de elementos naturales… estoy echando humito… mi
computadora se reprograma a no hacer nada, celosa porque no dejo de mirar la
humarada juguetona…
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