martes, 23 de mayo de 2017

Tres minutos


Dicen que todos han mentido alguna vez –excepto yo– El caso es que aquella noche, en el ring, se dio una batalla de dos seres fenomenales… extraordinarios.
No sonaba aun la campana, cuando aquellos dos gallos de pelea naturales ya destrababan su pesada artillería. Y no era cosa de ese día, por ganar una pelea… era una guerra de años. Los guantes eran pretexto, el cuadrilátero una excusa para poder soltarse todo lo que traían dentro. No eran puños chocando al unodós, upper o gancho, eran diástole-sístoles que hacían fluir el coraje por las venas, la venganza por los músculos, el recuerdo a través de los puños.
Frente a frente dos miradas cetrinas desmedían sus alcances con fruición en el gesto, sin reparar en golpes cual si tuviesen una égida sobre la zona hepática. No hubo réferi alguno que osara detener esa pelea, nomás dos sobre la lona. Y se decían hermanos. No bastaría un round, ni hacía falta más tiempo.
El denuedo de una vida debería extinguirse en ese preciso momento. Dice Borges que “Así combaten los héroes: Tranquilo el admirable corazón, violenta la espada, resignados a matar o a morir”. No había entonces manera de parar el coraje sin par de esos perros de Tindalos. Los jueces perdieron la cuenta de los golpes y jamás nadie escuchó sonar la campana.

El chiste es que la cosa no acabó allí, después de aquellos tres vertiginosos minutos. 
¿Quieren saber el final? Qué más da… Dicen que todos hemos mentido alguna vez.

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