domingo, 12 de febrero de 2023

 

Carta de amor a quien corresponda

 



Los dardos del amor tienen su nombre: 

aullido y locura

José Emilio Pacheco

 




El amor es el espacio entre nosotros, ese electrizado aire que sabe darnos el camino de regreso; el aroma en el ambiente que nos hace recordarnos todo el día; los pasos que acortan la espera y agigantan el deseo. O no. El amor es una palabra o un silencio, una forma de vida o un desvivir por siempre. Una voz al oído, esa tenue caricia que ni dios esperaba o ese golpe de suerte que une dos destinos. El amor es desatino… O no. El amor es una búsqueda, es un encuentro; generalmente es encontrar lo que no buscábamos. Un estira y afloja, es entrega y recibe; navega y percibe. El amor lo es todo, o no. Es sacudirse el yo para dejar entrar al tú; sentir que el mundo pasó de enormemente solo a infinitamente nuestro; saber que no hace falta conjugar un “nosotros” pues ya no existen otros y todo se habla en primera persona: la que llena nuestros ojos. El amor viste un futuro deslavado que desconoce el tiempo y guarda en sus bolsillos todo el pretérito evocativo. El amor es demasiado y muy poco. El amor no se mide. Es un espejismo en el viaje por la geografía cachonda; una parada de autobús.  Una voz al oído –ya lo dije, pero quería escuchar tu voz nuevamente- una carta, de esas que ya no se usan, perfumada (no recuerdo para qué); un mensaje a la musa (que ahora le llaman “crush”), declarándole amor platónico, que ahora se define como “encriptado”. El amor es un libro de viaje sin ruta, sin principio ni fin, sin escalas. El amor es un beso (por ahí debimos haber empezado) o más. El amor es ocultarse a la sombra de los eclipses injustos. O no. El amor es un plan, Netflix, pizza a domicilio y no hacer caso a ninguna de las tres cosas. El amor es un arte que se mece en la pirotecnia; el beso que se pierde en el septentrión de tu vientre. La estrella que se acerca más  cada noche. La primera cosa en la que piensas por la mañana. La razón para aprender a hacer jotkeis; el hacer cosas los dos para los dos. El amor es un perro infernal –dijo Bukowski- El amor es una cosa esplendorosa –se cantó al principio de Vaselina, con John Travolta y Olivia Newton-John- y se ha vivido en mil y una películas. El amor es un brebaje a la medida. Aprenderse el camino a uñas y dientes en busca del remanso. El amor es impropio e impostergable, confuso e inalienable. El amor es la infinita voluntad de sentirse de alguien más. No hemos hablado de sexo porque en el amor no hace falta hablar, ni de pertenencia porque el amor no pasa factura. El amor es sexo de postre o el sexo es el postre del amor. Es la tinta que escribe los mensajes que aceleran la sangre; el libro que nos contiene en sus páginas.

Si te sentiste aludido en cualquiera de estas frases encadenadas, entonces tienes motivos para festejar este 14 de febrero y para nunca dejar de creer en el amor. Pasen buena semana, y si nos vemos por ahí en algún motel: no me saluden.

Un abrazo a mi padre hasta el cielo. Nos leemos después.

 

Leer, una locura necesaria: Bibliomaniáticos Anónimos

 


“Cuando quedas atrapado en la destrucción,

debes abrir una puerta a la creación”.

Anais Nin

 

Todos nacemos defectuosos. Ni que fuéramos dioses. Y la vida consiste en repararnos cada día... O acabarnos de joder, hasta morir. Los defectos se nos pagan con virtudes; así, si por ejemplo soy un enclenque paliducho, adquiero la virtud de ser listo y de huesos fuertes. Si uno de los sentidos viene mermado de nacimiento, los demás sentidos se potencian para hacer más vivible este mundo.

El hombre es débil visual de nacimiento. Pero de sus carencias va construyendo mañas. Aprende a leer y por su escasa visión tiene que inclinar la espalda para estar más cerca de los libros. Y le dicen agachón cuando lo ven leyendo un libro. Al hombre no le importa eso, le importan las historias que hay dentro de los libros. El hombre quisiera meterse dentro de ellos y vivir las aventuras a nivel papiro. El hombre –que ni siquiera es hombre, es solo un código genérico para ejemplificar la magnitud de los resultados en el gusto por la lectura– aprende, imagina y crece. La lectura es la locura necesaria para evadir las otras locuras del mundo… las que sí dañan.

Gustave Flaubert tiene un cuento muy interesante sobre un adicto a los libros cuya pasión lo hace caer en muchas aventuras: Bibliómano. Pero ¿De veras hay (habemos, pues) gente capaz de hacer cualquier cosa por un libro?

En la introducción que Camilo Ayala Ochoa realiza al cuento que Flaubert escribiera allá por 1837, hay un largo conteo de eventos insólitos que han tenido que ver con los libros, como inicio, nos recuerda que Don Alonso Quijano se volvió loco por leer tantos y tantos libros de caballeros andantes.

 

Ayala asegura que “Se extravía el juicio cuando la escritura se confunde con la vida y la respiración. Ha habido quien utiliza su sangre para hacer anotaciones al margen” como el mismísimo Marqués de Sade. A propósito de sangre, el prologuista de Flaubert recuerda sobre la existencia de un Corán de 600 páginas caligrafiado con 27 litros de sangre de Saddam Hussein, a quien le extrajeron una poca cada semana por dos años.

La bibliomanía asegura, es un término acuñado en el siglo XVI pero definido con amplitud por Thomas Frognall en su ensayo “La Bibliomanía o Locura del Libro. Que contiene un relato de la historia, los síntomas y la cura de esta enfermedad mortal” de 1809, para quien los bibliómanos son quienes acumulan libros con ímpetu desproporcionado.

Hay más interesantes curiosidades que nos cuenta Ayala en su prólogo, por ejemplo, William Gerhardi escribió un cuento titulado «The Man Who Came Back», publicado en 1931, sobre alguien que regresa de la tumba para seguir leyendo. Existen quienes atesoran libros por el sólo hecho de tenerlos y se precian de ello. Thomas Phillipps (1792-1872) fue un anticuario británico que reunió 40 mil títulos y 60 mil manuscritos a costa de su ruina económica y familiar.

Una cosa es la pasión por tener un libro y otra muy distinta leerlo, me dirán; y tal vez complementen con la pregunta: ¿Qué nació primero, la pasión por leer o por atesorar en sí el libro (el huevo o la gallina)? Solo puedo responderles que por esta razón nunca desaparecerán los libros impresos.

En la actualidad vemos jóvenes jorobados, pero por tratar de meter la cabeza en su “Smart”phone para leer o interpretar todo cuanto encuentra en la red, aun y cuando la mayoría de lo que absorbe no le proporcione un aprendizaje, sino una mera emoción efímera y fácilmente olvidable.

Mi nombre es Pepe Rendón y soy bibliómano… mientras no inventen el I-phone con rascahuele (y ni así), nunca podrán igualar la suprema sensación de viajar por renglones y párrafos que huelen a tinta y papel-tiempo. Aprende uno a sumergirse en las historias que guardan las letras. De la bibliomanía y otros comportamientos referidos a la pasión por o contra los libros seguiremos hablando y/o debatiendo. La importancia de leer como aprendizaje y gusto no tiene discusión. No leeremos en futuras ocasiones.

Pueden descargar el libro Bibliómano de Gustave Flaubert en el grupo de facebok: Taller de Escritura Creativa Alberto Huerta para que disfruten del cuento y el prólogo completo, que es un estudio sobre las enfermedades alrededor de los libros.

 

 

 

 

El hombre es un animal de (malas) costumbres

 


"En las adversidades sale a la luz la virtud". Aristóteles.

 

Dedicado al regreso a clases en la UAZ.

 

Hoy rompí la rutina-no-rutina mañanera del Lonely Old Man detallada en “Los 7 habituales NO´s del nunca-acabar de escribir” (**). La UAZ reinicia clases y mijo (mi vástago, pues) se envolvió en el reto del quinto semestre de Ingeniería en Software, por lo que debo retomar el viacrucis que significa viajar por todo el bulevar hasta el Campus Siglo XXI.

Noté que hay mucha gente a la que le da por salir a la calle a las 7:15 am… y tienen tanta prisa, como si el día no durara 24 horas.

“Suerte-abrazo-buen-día-TQM-y-emoticones” reinauguró una rutina que ya extrañaba.

El vocho no sabe de usanzas urbanas, pero de algún modo entiende que trabaja con gasolina, básicamente. Me dejó en la calzada que antes se llamaba Héroes de Chapultepec, más antes Bulevar Norte, más después Vía Metropolitana, entre lo que antes se llamaba Ciudad Gobierno –luego Ciudad Administrativa (#AdminCity, para los nerds o inges en software), luego Ciudad Diferente; hoy “Ciudad-sin-esperanza”, creo. Con decir que el sexenio se llegó a llamar quinquenio y ahora se llama suplicio– y el Centro de Salud que nunca se ha dejado de llamar “Dr. José Castro Villagrana” aunque ha estado en la avenida González Ortega, después junto a la actual Presidencia Municipal y ahora cerca del Mercado de Abastos, que no sé cómo se llama.

El caso es que me quedé a más de un kilómetro de distancia de una gasolinera… e inauguré la nueva y saludable rutina de una caminata mañanera con bidón en mano.

A las 7:45 hay más gente que le da por salir a la calle, con más prisa, como si al día no le quedaran 16.25 horas (soy ingeniero, la cifra está bien). Camino-voy-vengo-le-pongo-de-la-verde-al-vocho e intento recordar quién fue el que dijo que el hombre es un animal de costumbres (rutinas, pues, fue Aristóteles). Regreso a empellones, notando que a las 8:05 AM hay más gente… iracunda, como si el día se les fugara entre los dedos.

Entre la marejada de regresantes llego a casa, a lo mío. Ya frente a la compu, café en mano, intento escribir un cuento sobre la costumbre de amar y las buenas rutinas, que pienso dedicarle a alguien especial a quien nunca se lo diré (es hábito), pero a mitad de la historia recuerdo la rutina 4-B de “Los 7 NO´s”: Revisar Mail-Facebook-Twitter, en ese orden. Para este momento ya terminé mi café y me doy cuenta que no será lo mismo zambullirme en las redes sociales. Reanalizo mis rutinas, trabajo extraordinario que requiere de un segundo cafecito.

Al día le quedan 14.5 horas al momento de teclear esto, suficiente para mandarle un mensaje a los que siempre andan con las prisas, porque nunca planean salir un minuto antes y así regresar más tranquilos y alegres. La tardanza, la prisa y la ira ya son rutinas, malas rutinas que deberían reanalizarse.

Le queda mucho al día, espero no olvidar que solamente le puse 30 pesos de hidrocarburo verde (que antes era rojo y ahora es como amarillezco) al vocho y volver a quedarme a media calle… que ya es costumbre.

Buen día, prepárense para el reinicio de la vida.

 

 

 

Este texto lo escribí en septiembre del 2017, pero guarda una gran nostalgia (por mijo y por el vocho) y las salidas tarde siguen siendo costumbre. Cosa de organizarse bien.

 

** Puedes leer “Los 7 habituales NO´s del nunca-acabar de escribir”, en mi blog: http://joseangelrendon.blogspot.com/ son buena guía para desorganizar el proceso creativo de un escritor.

 

“Lástima Margarito” y otros eufemismos de la derrota


 “Hay dos maneras de engañarse. La primera consiste en creer lo que no es verdad. La segunda consiste en negarse a creer lo que es verdad”.

Soren Kierkegaard.

 

Láááástima Maaaargarito, es un eufemismo (expresión decorosa para sustituir otra considerada de mal gusto, grosera o demasiado franca) que tiene casi 35 años de haberse puesto de moda, pero que la gente -algunos nacidos este milenio- aun la expresa sin saber su origen, a manera de evitar decir un directo “ya te jodiste”.

El origen de esta frase se da en un programa de televisión, allá por el lejano 1988, en el más lejano Imevisión, canal estatal que fue vendido por Salinas de Gortari y comprado a precio de ganga por Salinas Priego, que ahora se llama Trece; La farsa sucedía en el programa llamado La Caravana, en el sketch “La Pirinola”, que emulaba a los programas de concurso donde el participante podía llevarse millones de pesos, enfrentando pruebas muy duras; Johnny Latino, interpretado por Víctor Trujillo, buscaba la manera de negarle al concursante, Margarito Pérez, paupérrimo mexicano, encarnado por Ausencio Cruz, que siempre ponía toda su esperanza en ganar el mágico premio para que la fortuna lo rescatara de la pobreza extrema.

Margarito nunca conseguía llevarse el millonario premio. Las pruebas, más allá de lo humano posible, lo llevaban siempre a la derrota, momento en el que Johnny Latino truncaba sus esperanzas con el “Láááás-tiiiii-maaaaa Mar-ga-ri-to”, misma que se grabó en la sociedad como símil de las derrotas cotidianas del pueblo de México. 

No es el único ejemplo televisivo de frases que han ido acuñando los eufemismos a la derrota y el error mexicanos, y por ende generado una sociedad conformista con los magros resultados. Roberto Gómez Bolaños, quien reforzara la famosísima sentencia de su patrón Emilio Azcárraga Milmo: “La televisión es para los jodidos”, elaboró un par de series televisivas donde el común denominador era el nunca lograr un objetivo. Hay mucha admiración hacia los programas de El Chavo y El Chapulín Colorado, pero lo cierto es que en un moderno análisis educativo, los guiones escritos por Chespirito, algunos de ellos copiando a antiguos autores de renombre, debieron haberse prohibido por fomentar la violencia contra la mujer y los niños y muchos otros malos ejemplos de cómo NO llevar una vida. El conformismo y la derrota iban marcados en frases célebres como “Se aprovechan de mi nobleza” “Es que no me tienen paciencia” “que no panda el cúnico” “chanfle” y otros tantos “eufemismos” mal dirigidos hacia una población que semana a semana veían estas comedias “para jodidos”.

¿Y qué decir de las telenovelas? Los melodramas de cada día siguen inyectando una vida de ficción con la misma vieja historia de siempre. El sueño mexicano no se trata de obtener el triunfo con esfuerzo, la cosa –siempre- es esperar el milagrito que nos traiga por voluntad divina lo que no somos capaces de hacer.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la literatura?

El guionismo de todos estos programas debería ser revisado, que las televisoras contrataran a escritores que sepan dar un mensaje positivo en cada producción, y no hacer copias de copias de refritos que repiten la misma fórmula de hace 120 años.

Me refiero a Santa, novela de Federico Gamboa.

Santa viene a ser el primer melodrama del siglo XX (1903) con una historia triste y conmovedora, que básicamente el autor tomó de la realidad vivida en Chimalistac de finales del porfiriato. La novela fue un Best Seller que llegó a vender unos 70 mil ejemplares.

Con estilo naturalista que contradecía la llegada del modernismo literario, Santa, una hermosa mujer, es engañada por un militar que cuando obtiene lo que quiere se va del pueblo y la deja con la vergüenza a cuestas. Al abortar es rechazada por su familia y cae en un prostíbulo donde debe llevar una vida muy lejana a lo que soñaba.

Federico Gamboa retrata en su novela la realidad de la ciudad pecaminosa y oscura. Santa provoca compasión, aunque sus decisiones la van llevando a un pozo cada vez más profundo. El dolor y la miseria humana son retratados por Gamboa, así como las falsas esperanzas de quien desea estar junto a la bella mujer, como es el caso de Hipólito, pianista invidente que se enamora de Santa desde el primer día que llega al burdel.

La mujer muere de cáncer y deja solo al pobre de Hipólito, quien cuidó de ella en sus últimos días. Así cierra la tragedia que ha sido retomada en por lo menos 4 películas y un sinnúmero de culebrones televisivos que copian la historia de la mala fortuna de esta mujer. Historias de fracaso que calan hondo en el alma de los mexicanos.

¿Es la literatura responsable del afán derrotista de los mexicanos? NO.

A fines del año pasado unos jóvenes estudiantes de Filosofía me preguntaron si la literatura era factor del cambio, les respondí: “La literatura no cambia nada… quienes cambian son los lectores, que al terminar un libro ya no son las mismas personas que cuando iniciaron a leerlo”.

Es el mensaje.

Tal vez los autores (o más bien los productores, que solo piensan en pesos) deberían poner más cuidado en el mensaje que envían, ya que siempre causará una impresión en el receptor de la idea plasmada en las novelas, guiones de cine o televisión. No basta pensar siempre en la metafórica torta de jamón que algún día degustará El Chavo o que tal vez, solo tal vez Margarito algún día gane los muchos millones… hay que ir más adelante. Es todo.