martes, 23 de mayo de 2017

Agua


Sus ojos color de piedra se incrustaron en los míos, con expresión indefinida. Nunca estallaba; igual maldecía o perdonaba su silencio. Y los huracanes tocaban tierra en su mirada; con solo abatir sus pestañas dejaba reflejar palabras merodeantes que lanzaba sobre mí como cuchillas.
Nunca pude sostenerme al grito de sus pupilas. Era capaz de parar en seco el ímpetu de mi coraje o secar de golpe mis ganas acuáticas o golpear mi ego en el momento requerido.
La ira de su iris dolía. El reclamo de su gesto me tenía ciego de silencio.
Yo la maté, señor judicial; quería decirme adiós. Fueron los celos o el alcohol o la estupidez. Fueron sus ojos. Tuve que sorprenderla dormida en la playa, ahogarla con mi llanto y las olas. Aún me sabe salado el momento.

Eran verde-mar, a veces gris-tragedia.

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