¿Y si se descompuso tu auto?
Es la hora de la cena y no llegas. No es
cualquier cena, es nuestra cena de aniversario. Todo está dispuesto
meticulosamente para resaltar tu delirio protagónico. ¿Y si dejaste de amarme?
Tuve que poner mi cara de patán al comprar
las flores de este arreglo especial que adorna el centro de mesa, deambular en
la tienda, vinaterías y no sé cuanta rara pastelería buscando lo necesario para
sorprenderte esta noche.
La penumbra consume las velas. Por el
ambiente corren duendecillos que riegan aromas de sándalo. Casi siempre eres
puntual, seguramente lo haces por causarme celos. Adoras ver como se erizan mis
neurosis. Afuera, una sádica lloviznilla se burla de mis planes.
Te divierte verme dudar. Me das a
sobrentender cosas que lastiman el poco ego que me queda. Hasta imagino lo que
haces en este momento: estás con otro, regodeándote de mi impaciencia y
burlándote de mí. Todo lo haces por satisfacer tu estúpida vanidad y sentirte
superior, lo sé.
Revientan mis ganas de salir a buscarte.
Estás oculta en las sombras, seguramente con él, saciando tu mórbida ironía,
engañándome con toda la aversión que da tu mente sañosa. Más que su sexo, te
satisface mi coraje.
La tardanza predice que ya no eres mía.
Mientras me disuelvo recalentando la cena y enfriando mi irritación, estás
unida a él, con tu espalda en sus manos, dejando que te recorra una y otra y
otra vez. Sólo para mortificarme. En pleno aniversario... la hora de la
traición jamás será olvidada.
El cuchillo del pastel ha esperado
demasiado. Me pide correr a buscarte en la humedad de la noche. Es hora de
salir y desenmascararte de una vez por todas.
Una parte de mí culebrea por las aristas
de los finales de calle. Otra busca en ventanas las luces moribundas de cada
orgía que se fragua en la traición. Una más -sexto sentido que le llaman-
amolda las facciones de quién está agazapado en tu pubis, en el trono del
oprobio, como los plúmbagos eróticos del agua que escurre por los muros, por
los negros sudores que decanta mi ropa. Otra parte afila sus garras junto a una
cena fría. Es la hora de las calles deslavadas en tu búsqueda.
Empuño el cuchillo con agudeza, en ida y
vuelta por la semioscuridad nebulosa. Por fin distingo una silueta que camina
como tú. Llevas la cadencia de una perra satisfecha. A manera de culpa
serpenteas entre los callejones dormidos de frío. Tus tacones despiertan al
silencio con ese pasito siseante. Tu abrigo fija el centro de mi ira; cómplice
de la soledad me dirijo hacia ti. La hora del vil engaño te quedará marcada.
El cuchillo corta la niebla y parte en dos
la noche, se afila en el rocío que huye y cae con toda su fuerza sobre el
abrigo que cubre tu espalda traidora; Tantas veces como las que él estuvo
acariciándola. La hora de la muerte queda clavada en tus pulmones. Nunca sabrás
quién lo hizo, así como nunca sabré quién era él.
Recojo tu cuerpo tibio de sexo y de vida muerta
y te llevo en mis brazos por la oscuridad, como en una noche nupcial. Me
despido de ti en el puente nuevo. Tus vilezas y engaños se los va llevando el
Arroyo.
Regreso por la ruta que marcó la tragedia.
El pastel parece más contento. Cenaré sin tu pesada culpa. Ya no te espero, ya
no me importas.
¿Y
si se descompuso tu auto?
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