Eugenio de la Lámpara
Para
Alberto Huerta
Sólo
es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos.
Voltaire.
Cuando parece que a
la vuelta de la esquina estará la solución para todos los problemas de tu vida,
sucedió. Giré de la Avenida Juárez, en el umbrío centro de Zacatecas, al Callejón
del Tráfico, donde siempre hay un golpe de aire esperando. Al sentir la
corriente gélida en mi cara, casi tropiezo con un armatoste latonado que, al
recogerlo, apenas cabía en mis manos. Una vieja lámpara de aceite, polvosa y
sin brillo.
La
froté, más por limpiarla que por pensar otra cosa… y a mi vera apareció un
hombre menudo, de unos 60 años, con bigote que enaltecía su cara y una mirada
que traducía el encierro de las palabras –todas- como si quisiera romper años y
años de silencio; ojeroso como el que sabe subsistir en las tinieblas, con un
sombrero de fieltro encintado que parecía de otra época y escondía algunas de
sus canas –no muchas-; lo que reflejaba su edad eran más bien sus orejas
engrandecidas. No dijo nada, miró la lámpara y en seguida a mis ojos.
―
Deseo tener el amor de la Reena.
Le
espeté sin escuchar primero las letanías que se encuentran en los cuentos de
más de mil-y-una-noches. El iris de sus ojos pareció vibrar mientras preparaba
una respuesta:
―
¿La que trabaja en el Issstezac? Está muy guapa, pero es muy joven para ti. Te
ves como cuarentón avanzado que todavía cree en los santos-reyes. Estar con
alguien así te llevaría, con el tiempo, por la senda de la amargura. –Respondió
tajante y miró una vez más la lámpara antigua.
― Bueno, entonces deseo ser su mejor amigo,
estar junto a ella siempre. –Dije.
―
Te vas a querer comer a la Reena… siempre pasa el dramático ciclo poco-amoroso
del amigo→amigovio→pretendiente/cachondo→nadie. La vas a perder más rápido de
lo que llega tu pensión del Bienestar.
Me
respondió con una crítica que parecía no importarle si me lastimaba o sólo se
trataba de algo intrascendente en mi vida. Froté una vez más la lámpara y le
dije:
―
Caramba, entonces, deseo… deseo estar cerca de ella y apoyarla en todo lo que
necesite, para que su belleza siempre florezca y alegre mi día…
― Vas
a querer cobrarte los favores, tampoco me parece algo sano –respondió sin más-
dicen que en el pedir está el dar, pero en el dar también está el pedir, o sea,
lo mismo, pero a la biconvexa.
― ¿Entonces
qué hago? –le urgí al ver que mis deseos eran ignorados.
― Regrésame
mi lámpara que estaba buscando porque se me cayó y deja de creer en pendejadas.
Pídele al niño-dios que te dé madurez y sentido común… y trabaja.
Cuando
parece que a la vuelta de la esquina estará la solución… hay que seguir
caminando. Sin decir más me quitó su lámpara y la guardó en un costal de lona.
―
Deberías pulirla –le critiqué.
―
La voy a llevar al “kilo”, –respondió desinteresado– pero si te gusta es tuya
por quinientos pesos. Si el amor no es para ti, tal vez seas bueno negociando
piezas antiguas. Sólo tienes que desearlo.
Cuento publicado en el periódico
Ecodiario de Zacatecas, el 4 de mayo del 2025
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