Nunca me ha gustado vestir de
negro. Es el color de los ojos de los perros en la noche. El maldito color de
los roídos caminos de esta mina. Túneles y tiros horadados a dos mil metros
bajo tierra. Negro profundo como el de esta vía eterna que nos lleva a la
salida, igual que animales, sentados en las bancas de los decrépitos vagones.
Entre cotizadas rocas que serán beneficiadas para el lujo del patrón. Silicosis
de oro. Carísimo polvo que jode nuestros pulmones.
Los rieles combaten con las
ruedas como queriendo impedir que se extraiga el fruto de la roca; intentando
detenernos adentro para que sirvamos de alimento a la tierra. Ya quiero estar
afuera. Prefiero el pueblo, paupérrimo y en semi-ruinas, a sus moradores,
siempre en permanente orgía de intrigas y comadreos. Borrachos y cantoneras que
de noche descargan su inconsciencia eyaculando frustración y de día sueltan su
veneno, publicando unos los pecados de los otros y alardeando sus idioteces, siempre
las mismas. Sin remedio.
Ya estoy harto de todo. De
los peligros que acechan en las entrañas del cerro. De las ricas venas de esta
tierra que parece tener vida y sin embargo... no se mueven, esperan a que vayas
hasta lo más estrecho, lo mas negro, lo mas profundo. Están ahí día a día para
que te vuelvas loco, para decirte que no hay soledad más agónica ni negro más
oscuro que el de una mina.
Estoy
harto de este túnel que nos introduce en otro
mundo; del estúpido ritual de cruzarlo para entrar y salir. Cuarenta
asfixiantes minutos rodando sobre acero y lodo en la tráquea infernal,
apuntalada con maderos de sabrá Dios qué siglo, carcomidos y torcidos con el
peso del tiempo. El pánico colectivo nos hace apagar nuestras lámparas de casco
durante el transcurso para no ver la derruida estructura, para dormir un rato
olvidando la ingrata condena de tener que trabajar aquí.
"Nada mas termina este
año y me voy a la chingada", pensaba por la mañana "lejos de
vituperios y de esta retrogente y de sus correrías: que si al padre Juan Bolas
le da por subirse al campanario, desnudo, después de clavarse a Chona, y nos
jode con llamada a las tres de la mañana, Que si al viejo Fidel -impotente
mental- lo engaña Doña Juana -todavía de buen ver- con el que se le para enfrente;
que si me eché al plato a Susana, que no es hija de Fidel, pero él no lo sabe
(solo Juana y el compadre Casimiro, que fue quién donó el esperma) y cómo va a
darse cuenta de algo, si él vive en la beodez; y quién no, si' dicen -y dicen
bien- que sólo pedo o loco se atreve a entrar uno en la boca del infierno y a
andar en todos los niveles.
Pensaba darme un baño al
terminar el turno. Quitarme esta pegajosa nata de grasa y polvo, correr a la
nopalera. Iba a revolcarme a Tacha, la hermana del Gallo, que no es tan bonita
como Susana, pero se pasa de buena. Ya me veía metiendo mano. Quería
desquitarme de la madriza que me puso el Gallo hace ocho días, cuando nos
encontró juntos en pleno cachondeo; Desde entonces no me dejaba en paz, me
retaba a pelear dentro y fuera de la mina, sintiéndose el mas cabrón de todos
por estar labrado con los golpes de la roca, con sus músculos forjados a marro
en las cribas del pozo de carga. Su acosa era otro motivo para detestar este
sitio.
Salí de la mina por primera
vez a las siete y media. Me baje del vagón en marcha a entregar mi lámpara. La
lluvia me estaba esperando; en la luna también era de noche. El temporal se
ensañaba con esta tierra, el cielo apedreaba los techos de lámina de las
endebles construcciones. Corrí adivinando el camino hasta el campamento de los
trabajadores, cuartos hechizos de madera de tercera. Sentía como si la lluvia
me hablara con furia, como si el golpeteo en mi casco me dijera algo, pero no
hice caso.
Al encender la luz de mi
cuarto, el foco se fundió pero pude ver con el destello la cara de Gallo, su
verruga parecía un cuerno en la frente. Salí corriendo en la oscuridad sin
mirar por dónde, hasta que tropecé con un matorral y fui a dar de cara al lodo.
Asustadísimo me acerqué por la ventana trasera, desde donde se podía ver algo
ayudado por una lánguida luz. Entonces dio un salto de la cama a la ventana y
sin darme tiempo a reaccionar, me dijo "Ven por mi cabrón, que ya estoy
muerto... tienes que sacarme de esa inmunda mina".
Corrí a tropezones por la
ladera, despavorido. Las centellas me abrían paso entre la densa oscuridad.
Llegue a la oficina del pueble en las afueras del túnel, asustando a todos por
el lodo en mi cara. Al lavarme vi mi piel transparente, de gallina muerta. Le
conté al Minero Mayor la aparición fantasmal. No quiso creer pero asintió que
nadie vio salir al Gallo por el túnel y no se reportó al final del turno.
En esos casos se organiza una
búsqueda. Entré por segunda vez a la cueva del demonio, acompañado por el
minero mayor y dos maquinistas. Mientras entrábamos, una voz subterránea me
acosaba entre el ruido: " Estoy al fondo del pozo de carga, enterrado en
el mineral del nivel 22".
Pinche Gallo, me perseguía su
voz, su fantasma así como me había perseguido en la vida para golpearme, humillarme,
para aumentar mi terror por el negro profundo de está mina.
El maquinista nos llevó al
nivel 18, doscientos metros arriba del 22. Ahí es donde el gallo picaba la roca
en la criba del tiro de carga. Al llegar, la parrilla estaba desmontada, el tiro
abierto y el marro del Gallo con sangre.
Lo encontramos totalmente
destrozado donde la voz me decía y repetía durante largos minutos. Tuvimos que
esperar que el agente del ministerio público llegara de la ciudad y vomitara.
Subimos con pala los restos al vagón y nos encaminamos a la salida.
Nada más salgo de este túnel
y me voy a la chingada. Me voy a ir a una ciudad donde nadie me conozca. Que
tenga casas de colores y el piso bien plano, sin minas. Con mucho sol y muchos
árboles. El ruido de las ruedas en los rieles atormenta como el tic tac de un
reloj viejo, como un eterno goteo que taladra el cerebro. No sé si crean que vi
el ánima del Gallo.
Sólo sé que saliendo de este
túnel me voy a la chingada.
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