"No estoy para nadie. No abras la puerta, Rosalía. Sólo di
que no estoy, que salí del país y que no voy a volver.
Felipe se remetía cada vez más en el ropero. Quería volverse
gabardina o casimir, perderse colgado de un gancho para pasar inadvertido de su
quinto sueño.
Recuerdo cuando me contó su secreto. Una noche de cabaret en que
la abundancia le salía por entre las mangas, los bolsillos y los zapatos, y se
nos metía a todos en la sangre, las copas de champagne que se llenaban solas
gracias al billete de diez mil pesos que Felipe Huerta usó como tarjeta de
presentación.
Ahí conoció a Rosaliacuerpodediosa, quien inmediatamente lo
flechó, haciéndolo flotar en la misteriosa nube que formaba con su danza. Yo,
que no andaba tan briago, vi cómo las mandíbulas de las niñas de sus ojos daban
cuenta de la más exótica bailarina que hayamos visto en nuestras vidas. Su
vuelo por la pista encendió a todos. Al fragor de más champagne, más dinero,
más baile y menos prendas. El final del espectáculo lo dimos nosotros. Acabamos
en la barandilla de un obtuso juez que no quiso comprender que Felipe se lanzó
tras la rumbera por amor y no por faltas a la moral. Tal fue nuestra suerte que
caímos directamente a la celda. Ahí fue donde Felipe tuvo su tercer sueño:
Rosalía.
Le pasaba cuando se ponía hasta las chanclas, era como si el
delirium tremens tomara forma física y al vomitar se escribiera en el bolo
fermentado lo que iba a sucederle:
Su futuro.
Fue poco antes del 5 de Mayo de 19 55 que soñó, cobijado por el tequila en la
cantina del pueblo, el número en que iba a caer la lotería: Cinco millones de
pesos. ¡Se los ganó toditos!. No sabía qué hacer con tanto dinero. Anduvo
arrojando billetes por las calles y nos invitó a nosotros una buena parranda en
la capital.
Lo acompañamos a comprarse su Cadillac nuevecito. Tenía cromados
tan brillosos que en ellos nos peinábamos y acomodábamos nuestros sombreros.
Era larguísimo, convertible, tenía llantas carablanca, motor V8, radio y todo.
Nos veíamos bien pachucos tomando cerveza mientras paseábamos por Reforma, con
los pies de fuera y el desmadre más de fuera. Manoseando a las chilangas con
piropos. Hasta que el Vejigas guacareó en los asientos de piel. Felipe se
encabronó y nos bajó a todos por corrientes. Nos quedamos sin un centavo en los
bolsillos ni en los estómagos. Tardamos dos días en un auténtico viacrucis
hacia el pueblo.
Parecía que el dinero nunca se le iba a acabar, pero solito se le
fue desgastando. Una planta que no se ayuda a florecer muere, y Felipe no
ayudaba en nada; deshojaba y deshojaba el dinero, hasta que lo perdió todo. Sin
embargo, cuando su tesoro estaba en el punto más anémico, se hundió en un nuevo
delirio y volvió a vomitar. Le pegó otra vez al gordo.
Entonces recuperó guapura y amigos. Reincidimos en ir a la capital
a recibir el año nuevo del 59. Hasta que acabamos en una intachable celda a
causa de un hermético Juez. Ahí fue donde me soltó su secreto mientras tenía su
tercer delirio.
Se conchavó a Rosaliaextasiante más pronto de lo que yo pensaba.
Las alfombras de flores y los regalos desfilantes encontraron la llave de su
corazón y de todo lo demás. Compraron un palacio en San Ángel y se casaron en
la fecha que marcó el vomitosueño: 29 de Julio de 19 59.
La luna de miel duró seis meses. Las noticias de los recién
casados llegaban al pueblo acelerando al viento. Hubo quién hasta una canción
les hizo. Todos embellecían su boca con los diamantes y rubíes, las pieles
finas, los vestidos que vinieron de París a conocer a Rosalía, el fino casimir
que hablaba inglés y que forraba a Felipe de un falso aire de gentleman. En la
cantina le contábamos al aguardiente cómo ella se bañaba con champagne de la
importada y cómo encendía sus cigarrillos de carita con billetes nuevos, sólo
billetes nuevos de 100 pesos.
-Necesito más dinero, quiero dar la vuelta al mundo- dijo una vez
la antigua rumbera a su constante proveedor.
-Es poco lo que nos queda -respondió él disculpándose- No hemos
invertido nuestra riqueza y se está muriendo envenenada por todos nuestros
excesos.
Y Felipe Huerta le contó a su mujer cómo había obtenido sus dos
primeras fortunas. Y ella lo obligó a beber y beber hasta que se congestionó. Y
en el hospital le inyectó alcohol de caña al suero hasta que dijo un número,
suficiente para otros cinco millones de pesos. Ese día Felipe tenía tan
borracha la sangre que vomitó dos sueños seguidos: Uno fue el premio mayor.
Otro: la fecha exacta de su muerte.
Se atribuló tanto que no quiso volver a tomar. Pero Rosalía, con
el signo de pesos en los pezones, no se conformaba con la nueva fortuna y le
pedía a Felipe un nuevo delirio. Le atravesaba botellas de todo tipo de vino;
convirtió en cantina hasta el cuarto de baño, adulteraba con tequila el caldo
de pollo. Y cuando nada resultó, se untó toda de brandy e hizo embriagarse de
sus pechos a Felipe. Y como no fue suficiente, lo empezó a hechizar con sus
bailes de diosa y se colocó un cinturón de castidad que sólo podría abrir la
combinación de un nuevo premio mayor.
Pero sucedió lo que él temía. Se emborrachó tres días seguidos y
en los tres tuvo el mismo delirio del quinto sueño:
Morirás el 20 de abril de 19 68.
Ella tuvo que conformarse con invertir parte del dinero en
edificios que se llaman condominios y vivir de lo que las rentas daban. Felipe
se volvió espíritu divagante en vida, no salía de su casa en San Ángel, ya ni
siquiera le atraía el sexo de su esposadministradora.
-¿Quién tocaba, Rosalía? -preguntó el ropero.
-Otro cobrador. Ya embargaron el auto y nos van a quitar la casa
si no pagamos pronto la hipoteca. Mira Felipe, ya son las ocho de la noche del 20 de abril del 68
y no te ha pasado nada. Te recomiendo... ¡Te exijo que cambies esa piel de
gallina famélica y agarres valor para embriagarte!. A ver si así nos
recuperamos.
Como a las 11:50
se escucharon fuertes toquidos. Rosalía bajó a asomarse por la puertecilla del
portón. Felipe gritaba enloquecido "No abras, no abras Rosalía". Era
sólo un policía que había equivocado la dirección del Juez. Cuando ella subió a
la recámara buscó a Felipe en lo más profundo del ropero.
Había muerto de un paro sustocardíaco.
Lo enterramos el mes pasado en el panteón del pueblo.
Nosotros lo trajimos desde la capital. Estábamos los más allegados
-excepto ella-. El féretro en su paseo llenó las calles y la iglesia y las
casas y los muebles y los vinos de la cantina de un fuerte olor etílico que
embriagó a todos por varios días.
Dicen que Rosalíaexcuerpodediosa se sacó la lotería al día
siguiente del sepelio… pero pasa días y noches emborrachándose con toda clase
de licores.
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