domingo, 18 de noviembre de 2012

Sin Depósito, sin Devolución


Las luces del Tenampa están diseñadas para alucinar. En la escasa visibilidad destacan las lentejuelas de los microvestridos. La cadencia estroboscópica y cambios repentinos de atmósfera hacen que las mujeres del antro luzcan épicamente bellas -de noche todas las gatas son pardas, inclusive algunos gatos mariposos-. A la una de la mañana humo y perfume se confunden con la música, se arrastran como gusano sinfín para llegar hasta la barra y rodearte con su ambiente pseudoparadisíaco.
Estás fuera de lugar. El asedio del sitio te incomoda; El vaivén de caderas brillosas y pechos extrovertidos se domina totalmente desde tu butaca. Las bocinas se desgastan berreando un bolero a ritmo de banda. Absorbente vacío que no logra estimularte; Tu síndrome de Pedronavajas se cohibe.
"No pongas la música tan fuerte. En lugar de estar ahí sentadote podrías darme una mano..."
-¿qué le servimos?-
El cantinero tiene cara de asesino múltiple o de judicial (¿existe diferencia?). Muestra una sonrisa Colgate con incrustación áurea, afeada, por una mala intervención quirúrgica en el pómulo izquierdo. Te ofrece sus servicios en tono de mamá piadosa:
-tenemos la mejor cerveza de barril.-
Apruebas la propuesta con el pulgar. Tienes la indiferencia del ausente. Scarface te sirve el orgullo de la casa en un tarro mal lavado (chingadera sabe a purga). El diente de oro te hace adivinar quién orinó en el barril; aun así te apuras a terminar.
“¿Cuántas veces tengo que decirte? ¡No tires el dinero en idioteces! Primero cumple cabalmente con tus obligaciones en la casa..."
Los bafles se cansaron de destripar cumbias. El ponediscos se compadeció de tus tímpanos y empezó a rasguñar una balada en el tornamesa.
-¿Por qué tan sólo, guapo?-
Una ninfa nocturna con voz acatarrada ha ocupado el asiento de al lado. Sus pechos pequeños y cintura estrecha suplican tu atención. No pierdes detalle del vestido que se abre hasta la cadera. Un voluptuoso muslo-­camaleón obedece a los reflectores mientras se acerca a tu pierna.
"En lugar de gastar en pendejadas deberías comprarme algo de ropa; Con estas mugres garras da vergüenza salir a la calle, parezco pordiosera..."
-¿No me invitas a bailar?-
Asientes con la cabeza y das el último sorbo a tu pócima. Tomas su mano sin fijarte que ya se embolsó la ficha. Entre féminas laboriosas y jotitos camuflash inicias tu viaje al cielo del cachondeo. Te arriesgas a pasear tu presa entre una tercia de bravucones que ya llevan más de un barril dentro. Te arrepientes de haberlo hecho cuando uno de ellos se fija en tu vestimenta.
-Mira, chicarcas, ese güey se vino en pijama.-
En realidad es un pants. Las que sí te delatan son las pantuflas que huyen indefensas de los pisotones de tu bailadora. ­
"Nunca me llevas a ningún lado, antes de perdido me sacabas a bailar cada mes, pero ahora sólo soy un mueble más, condenada al encierro de esta pocilga..."
Aprietas su cuerpo de la cintura. Deslizas tu mano por la cadera, donde termina la abertura del vestido, y acaricias su nalga protuberante, nada más para ver si son de a deveras. Un percutir danzonero rompe la dulzura de la calma.
-Si quieres pasar un buen rato te va a costar quinientos. No te vas a arrepentir, todos quedan complacidos con La Camelia.
Sin decir nada sigues a tu pareja. Traspasan el velo de la neblina multicolor por una estrecha escalera que va a ninguna parte.
"Si algún día descubro que me engañas te vas a la chingada; No voy a permitir que vengas a pegarme el SIDA..."
La música va quedando atrás hasta morir. Persigues su espalda semidesnuda a través del pasillo. Te guía de la mano diestramente por la penumbra de puertas infinitas hasta identificar la apropiada. Invaden un espacio que ahora es de ambos.
"Tu piensas que no hago nada todo el día ¿verdad? ¡No te das cuenta! Casi tengo que hacer sangrar a este piso de barro para dejarlo limpio, y los mocosos son una lata. No termino de arreglar algo cuando ya me tienen un regadero de la jodida. ¿Se te hace que eso no cansa?"
-Aquí vas a ver lo que es bueno, mi amor. Ninguna mujer es tan... excitante como La Camelia... no te vas a arrepentir.-
"Estoy arrepentidísima de haberte hecho caso. Yo tenía muchomejores partidos..."
Cadenciosamente se descalza hasta el cuello. Tiene un ombligo que invita a sumergirse en su abdomen perfecto. Con precisión micrométrica coloca cada prenda desechada en un perchero cuidando no arrugarla. Camina con parsimonia de gata en celo hacia ti. A velocidad magistral da cuenta de tu saco, pantuflas y ropa deportiva y robóticamente te acomoda en el borde de su telaraña.
Sutil, con la gracia de un comercial de colchones se recuesta junto a ti. Sus ojitos de vagabundo socorrido te endosan un título de propiedad.
"Ahorita no... puedes despertar a los niños: ¿a poco quieres que aprendan tus indecencias? ¿Acaso quieres ­que salgan igual de mediocres que tú?..."
-Tienes una hora. ¿Cómo quieres hacerlo?-
Descansas la cabeza sobre el pecho de tu almohada de $ 500 Y pierdes la vista entre los rojos resplandores del espejo en el techo.
-Si dices una palabra más, te mato. Sólo despiértame antes de irte.

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