Robi se cimbra en sus tres
paredes con el campanoso amanecer. Sin erguirse busca un jarro despostillado
que debe estar ahí. Nada. Levanta su mano y chasquea. Martín está cerca, lo
sabe; siente su calor. Entrecierra el puño izquierdo y lo abre. Chasquea
nuevamente pulgar y medio. Repite seña.
-Anoche rompiste el jarro sin
darte color, vas a tener que tomar agua del bote.
Martín atiende con desenfado.
Calma la sed de Robi, lo ayuda a vestirse y le da una vara filiforme. Con tres
palmadas en la espalda lo pone en movimiento y camina tomado de su brazo.
-Hoy tampoco desayunamos,
Girasol. Ayer estuvo muy flojo. Deberlas aprender alguna gracia para ganarte la
papa, o por lo menos para que no estuvieras todo el día sentadote en el sol;
Pero... sé que no me ves ni me escuchas... y me da igual. No tengo con quien
hablar. Somos solos y tenemos que apechugar.-
De un cuarto derruido, cerca de la
iglesia, salen ambos niños, como todos los días. El silencioso polvo de calles
cuartimundistas deja descender el día por el tufo pedregoso. Acequias y
pordioseros bajan en procesión, de la ciudad fantasma hacia plazas y calles
elegantes, hacia los lugares más estratégicos para condoler a los transeúntes.
La misericordia está a la baja y el índice de miserables aumenta con ruido
sordo de mañana abrupta.
Martín se arraiga en la
esquina de siempre. Una plaza octagonal, donde emergen algunas jardineras con
tristes bancas de cemento. Obras públicas dejó ahí algunas flores olvidadas
para adornar la espera del enésimo semáforo del boulevard. Acomoda al girasol
en su propia banca, cerca de su vista. Lo deja ahí todo el día junto a una lata
vacía, cerca de rodadas presurosas y pasos impíos. Luego peina los tres
carriles mientras el rojo lo permite. Ofrece un vidrio limpio a cambio de una
moneda. Esquiva los autos que huyen del verde y se coloca estratégicamente a
esperar una nueva andada de vehículos. El sol incide sobre el brazo izquierdo
de Robi, que de ese modo sabe que la mañana es buena.
-Ahí viene el del carro azul
que nunca me deja limpiar su vidrio. Lo voy a apañar sin que se dé color, orita
vengo carnal...
Y el mocoso torea carros
desde temprano hasta oscurecer. Robi sabe en qué momento el sol se retira, pues
deja de sentirlo en su costado derecho. Es la hora exacta que marca la cena, a
veces, su único alimento. Si Martín se tarda en recogerlo, el muchacho comienza
a golpear la banca con su bastón, haciendo aspavientos. El limpiavidrios sabe
que su hermano siamés ya está desesperado. Es hora de llenar la panza y
regresar al cantón.
Martín da tres palmadas en la
espalda a su hermano para invitarlo a caminar. De regreso a casa le platica:
-Esta vida vale madre
Girasol. Mendigar todos los días para malcomer. Siempre lo mismo, para nosotros
no existe el tiempo. Todos los días son iguales. Dichoso tú que no te das
cuenta de nada. Estás en las mismas o más jodido. Pero esto va a cambiar camal,
algún día...-
El Hospital Le Clerck es el
más elegante y ultra moderno de toda la megaurbe. Tomógrafos portátiles,
equipos paramédicos supersofisticados, amplios y lujosos pasillos y
exclusivísimos cuartos parecen decir que la muerte fue anulada en ese lugar.
Pero no es así. En la suite del área de cardiología, Luís Mario espera un doble
milagro: Que un corazón sea donado para transplantarlo a su cuerpo, y que ese
corazón corresponda a un niño vigoroso de unos diez años. Pero a esa edad
¿quién va a querer morirse? Las esperanzas de que Junior sobreviva son mínimas
y ni con todo el dinero de papáluis parece que se pueda hacer algo. Mamálucia
está desconsolada. Ha envejecido más en el último año de la enfermedad de su
hijo que en toda su vida; aunque eso es lo que menos le preocupa por ahora, ya
que puede acceder a nuevos tratamientos hidroreafirmantes, neurofaciales o a
una nueva cirugía en Houston.
Lo que más importa ahora es
conseguir un corazón para Luisito a como dé lugar; cueste lo que cueste. El
tiempo es agua que escapa de las manos y con él disminuyen las posibilidades de
éxito del transplante. Eso ha dicho el Doctor Canseco.
-Hoy fue un día bueno
Girasol. Tenemos café para mañana y nos alcanza para tacos. ¿Sabes qué? Una
morrita de un carro me dio diez pesos y me dijo "adiós". Si hubieras
visto sus ojos camal, tan llenos de vida bonita; eran como una caricia.
Y Martín acuesta a su hermano
luego de cenar. Siempre se queda un rato con él. Ya en la cama, el Girasol toma
su mano, el limpiavidrios la pasa por su mejilla muda y su cabello
hipersensible. Para el pequeño Robi esa caricia es como música.
-Vas a ver carnalito, la
suerte nos va a cambiar. No siempre seremos chicos. Lo bueno de ser grande es
que se puede tener una chava como la de los ojitos chidos...
Continúa su monólogo hasta
que su hermano se duerme. Luego se disuelve en la oscuridad entre una cobija
raída y cartones viejos.
El amanecer fue oscuro para
mamálucia.
-El estado es crítico, señora
Rubio. Si no encontramos pronto un donante perderemos a su hijo.
Mamalucia sale con
choferjaime a buscar alguna solución en las calles. La mañana resbala por el
boulevard de Martín. El sueño de vida mejor muere con el crepitar de la gente,
y la mirada de ensueño se ahogó en el humo de los visitantes fugaces del
enésimo semáforo.
El cenit dice a Robi que es
un mal día. Mamalucia llora en su limusina por la ruta del dolor. El pulso de
Luisito es muy irregular. El doctor Canseco tiene un día muy ocupado. Martín
esquiva un microbús. La tarde no da tiempo de juntar nada. No ha pasado la
chica de los ojos de sueño. Robi tiene hambre. Lucía pide al chofer que vaya
más rápido. Robi tiene sed. Otro verde. Martín corre. Robi piensa en su propio
idioma de oscuridad y silencio. La niña de cielo detiene su auto en el rojo. La
limusina viene a toda velocidad. Martín se descuida. Lucia grita instrucciones
a Jaime. Robi toca el bastón en la banca. Martín mira al Girasol desde el piso,
se nubla y se pierde. Robi azota la banca con el bastón. El chofer se abre paso
entre curiosos. Carga a Martin. Sus costillas no lo dejan respirar. Robí se
levanta. Hace aspavientos. Los ojitos chidos miran a Jaime subir a Martín a la
limusina. Sangra del pecho. El Girasol abrecierra el puno. Chasquea. Busca una
mano tibia. El verde se asoma a ver el accidente, Robi camina en la acera. Los
micros presionan al tráfico. Robi no sabe usar bastón. Lucia mira a Martín.
Está muy mal. Robi se acerca a la calle. La limusina no puede partir al
hospital. Martín no tiene pulso. Lucía llora. El corazón de Robi quiere gritar.
Lucra mira alrededor. Robi tropieza en la guarnición. Un claxonazo elegante
atraviesa el smog. Robi se derrumba en el pavimento. Ha perdido su sol. Todos
lo miran. Las flores del jardín sollozan. El Girasol le pide a su propio Dios
tres palmadas en la espalda.
La operación ha sido un
éxito. No por nada Canseco es el mejor cardio-cirujano del mundo. No en balde
cobra tanto. Lucía no ha dormido en toda la noche, apostada en la puesta del
quirófano. Cuando el doctor por fin realizó la magia, Luisito sale de cirugía
sobre una cama rodante, ausente aún por el efecto de la anestesia.
Ya en la suite todos esperan.
Canseco alardea de lo fácil que fue y de lo bien que respondió el niño.
Papáluis, mamalucia, choferjaime, nanabuena, dos mucamas y Canseco miran
atentos cuando el nene abre los ojos. Con un gesto turbado comienza a mirar
alrededor. Chasquea y abrecierra los puños con desesperación. Con los brazos
realiza aspavientos y tapa sus ojos. Chasquea y cierra puños otra vez, con
gesto horrorizado.
-¿Qué pasa con mi hijo, Canseco?
-Tal vez... está rechazando
el órgano... era una posibilidad... hay que intervenir nuevamente.
-Espere doctor, -dijo
mamálucia- creo que sólo necesita una caricia.
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