Cálido sol de verano sobre una tumba
Escribir
un poema es reparar la herida fundamental,
la
desgarradura. Porque todos estamos heridos.
Alejandra Pizarnik
Entender la poesía es entender la vida.
Juan
Rulfo decía que tomaba los nombres de los personajes de sus cuentos de las
tumbas del cementerio del pueblo –para no aludir a seres vivientes que
desvirtuaran sus ficciones–, pero en la última morada de una persona, a veces, encontramos
más que nombres, fechas, vestigios de una postrer voluntad o indicios como
códigos de epitafios que saltan a la vista en forma de poesía. Las palabras son
encontradas como en un papelillo dentro de una botella que llegó a ti desde el
mar. El mensaje al buril lleva significado, pero también una historia.
La
poesía se sumerge en la vida y sale a respirar de tiempo en tiempo.
Hay
una tumba, en Elmira, Nueva York, que tiene como epitafio un poema radiante. En
la parte superior de la lápida se lee: Olivia Susan Clemens (hija de Samuel
Clemens, mejor conocido como Mark Twain) mar. 19, 1872 – aug. 18, 1896; en la
pétrea inscripción no dice que se trata de la hija consentida de uno de los
escritores más representativos de la literatura americana del siglo XIX, quien
falleciera a la edad de 24 años de meningitis, pero en la parte frontal una
estrofa que su padre ordenó registrar lo confiesa:
Cálido
sol de verano, brilla amablemente aquí,
viento
cálido del sur, sopla suavemente aquí.
Césped
verde arriba, reposa ligero, reposa ligero.
Buenas
noches, querido corazón,
Buenas noches, buenas
noches.
Este
canto pretende ser un arrullo robado de la naturaleza. La piedra labrada tiene
el mensaje incógnito: “verano” puede interpretarse como el culminar de la vida a
una edad llena de calor, que ansía dar sus propios pasos, cuando realmente se experimenta
la vida en su máxima calidad. Conceptos naturales reflejan el paso del tiempo, la
vida es refrescante y grandiosa como un soplo de “viento” en la cara. No hay
despedida, se guarda la esperanza de un reencuentro: Cuida, madre-tierra, este
ser que descansa en tus entrañas. “Querido
corazón”, quedas en mí, como una noche tranquila y en paz. Las estrellas honran
tu vida.
Sauce
y acacia / Morir con la edad del verano, ¿Quién fue Susy Clemens?
Olivia
Susan Clemens, hija mayor de Sam Clemens, era la hija favorita indiscutible del
autor de Las aventuras de Tom Sawyer y un sinnúmero de novelas, cuentos y
poesía. Desde muy joven, siempre escuchaba las obras en progreso de su padre,
dándole opiniones que invariablemente eran tomadas en cuenta. Estaba claro que
Clemens consideraba a Susy como su heredera intelectual. Mark Twain encontró en
Susy a quien lo ayudó a encaminar su trabajo literario hacia una dirección más
seria.
Ella
comenzó a escribir una biografía de su padre a la edad de trece años, que posteriormente
inspiró a Twain a escribir su propia autobiografía, donde tomó muchas
referencias de la primera. "Suzy a los 17 años, Juana de Arco a los 17
años. En secreto, dibujé el retrato físico de Juana basado en Suzy a esa edad,
cuando comencé a escribir ese libro” reconoció Twain tal inspiración al
escribir la novela Juana de Arco. Cuando Susy murió, Clemens quedó devastado,
lo cual afectó la calidad de su obra en el transcurso del tiempo.
Hay
que ponerle música a la herida. El poema dedicado a la muerte temprana ha
tenido réplicas.
Dan Forrest (nacido el 7 de enero de 1978), compositor y pianista estadounidense, descrito como poseedor de “un indudable don para escribir música … que es verdaderamente mágica” (NY Concert Review) escribió una pieza coral como respuesta a la muerte de una niña en Etiopía que estaba a punto de ser adoptada por su hermano y cuñada, la tituló: Good night, dear heart (Buenas noches, querido corazón), como uno de los versos inscritos en la citada lápida. “Mi búsqueda de un texto adecuado (en ese duro momento) me llevó a una imagen de un cementerio de mi ciudad natal (Elmira, Nueva York), donde están enterrados Mark Twain y su familia. Mi hermano y yo, desde nuestra juventud, conocemos el poema que Twain colocó en la lápida de su amada hija Susy, cuando ella murió inesperadamente a los 24 años y lo dejó con el corazón roto. Me sorprendió la agridulce ironía de que este texto fuera de nuestra ciudad natal y en honor a una amada hija que murió inesperadamente. Escribí esta composición esa noche”, expresa Dan Forrest en el catálogo de su obra.
La
niña etíope, Susy, Annette.
Lo
más extraño del caso, es que (aunque esté inscrito en la misma lápida), muchos
desconocen que los versos no son de la autoría del escritor americano, Mark
Twain, quien los tomó del poema Annette
del australiano Robert Richardson, publicado en su libro Sauce y acacia (Willow and wattle, 1893), que en su
versión completa narra una tragedia parecida a la que sufrió Samuel Clemens en
su momento. Twain encontró en la poesía un pequeño aliciente a su pena.
Annette
es un poema de 84 versos, donde Robert Richardson cuenta una historia no del
todo trágica ni un poco de feliz:
“Dicen,
Annette, que rompiste / el corazón de un tonto o dos. … admitiré, Annette, / que
eras una triste coqueta; … enamorada de todas las pequeñas felicidades / que
para el hombre caído son inapropiadas”, inicia el poema, “Sin embargo, pensé,
Annette, / que a veces estabas / un poco cansada de oír / las campanadas de
medianoche”; y repite un estribillo que derrama tristeza: “Los días de baile
pasan velozmente, / ¡muertos y con sólo veintiún años! … Nunca más tus pies / guiarán
suavemente las horas risueñas, / ni guiarán la danza soñadora del vals / hacia
las ‘bellas y antiguas melodías de Francia‛". Richardson lanza un suspiro
de esperanza: “tu alma ligera seguramente está ahora / cantando, con garganta
suave y ronca, / al viento que no le hace caso; … Sobre ti soplará la hierba, /
vendrán las primaveras y se irán los otoños. / ¿Sabrás alguna vez, Annette, / que
quedan aquí uno o dos / que todavía te recordarán?” Concluye el autor
australiano con la estrofa que Twain puso en la tumba de su amada hija:
Cálido
sol de verano, brilla amigablemente aquí;
cálido
viento del oeste, sopla amablemente aquí;
Césped
verde arriba, descansa la luz, descansa la luz.
¡Buenas
noches, Annette!
¡Cariño, buenas noches!
Robert
Richardson en 1893, Mark Twain en 1896 y Dan Forrest en el 2015, nos dan
muestra de que la poesía ronda en la sombra de la vida, y como una misiva de
botella lanzada al mar, encuentra un interlocutor que toma para sí el mensaje y
hace suya tal lírica.
ANNETTE.
Dicen,
Annette, que rompiste
el corazón de
un tonto o dos.
Me pregunto
si esto será cierto.
Sin embargo,
admitiré, Annette,
que eras una
triste coqueta;
ávida de
elogios y ávida de besos,
enamorada de
todas las pequeñas felicidades
que para el
hombre caído son inapropiadas,
según nos
dicen, pero tan dulces son;
enamorada de
tu alegría, y esta es
toda la culpa
que puedo recordar
que recaiga
sobre tu joven cabeza...
Y yo te
conocía mejor que nadie.
Ahorra
pensamiento y poco cuidado
que trenzar
tu cabello ondulado,
llevar cintas
azules o carmesíes.
¿Quién en
toda esta belleza vertiginosa
es tan
brillante y afable?
Sin embargo,
pensé, Annette,
que a veces
estabas
un poco
cansada de oír
las
campanadas de medianoche;
cansada del
espectáculo pasajero,
cansada de la
derrota, el parque y la carretera;
anhelando el
retiro de la noche,
cansados tu
pequeño corazón y tus pies.
Los días de baile pasan velozmente,
¡muertos y con sólo veintiún años!
Nunca tan
feliz como cuando tenías
veinte
amantes, hombres y muchachos,
a tu
alrededor esperando una mirada
de tus
radiantes bellos ojos
(Cenes, eran
muy azules).
Veinte
amantes en fila,
galantes
inexpertos, galanes marchitos,
los he visto
ir y venir,
esperando
pacientemente la oportunidad
de un único
baile fugaz;
la juventud y
la caballerosidad de Mayfair
te inclinaron
como su cortesana línea.
Nunca más tus
pies
guiarán
suavemente las horas risueñas,
ni guiarán la
danza soñadora del vals
hacia las
"bellas y antiguas melodías de Francia".
Los días de
baile pasan fugazmente,
¡muertos y
con sólo veintiún años!
Si esa
antigua visión ética
de Pitágoras
es cierta,
tu alma
ligera seguramente está ahora
en ese pájaro
en la rama,
cantando, con
garganta suave y ronca,
al viento que
no le hace caso;
o en esa
mariposa azul,
revoloteando
como una joya,
brillando
dorada hacia el sol.
Pronto, como
el tuyo, su día habrá transcurrido...
¡Muerto y con
sólo veintiún años!
Muerto hace
una semana, y todavía no
completamente
olvidado... no,
¿qué derecho
tengo a dudarlo?
Seguro,
podríamos haber perdido más fácilmente
a una dama
más sabia.
Sobre ti
soplará la hierba,
vendrán las
primaveras y se irán los otoños.
¿Sabrás
alguna vez, Annette,
que quedan
aquí uno o dos
que todavía
te recordarán?
¿Sobre cuya
memoria, de vez en cuando,
con un
pensamiento de triste y dulce dolor,
cruzará tu
bello rostro de flor,
y la gracia
brillante y coqueta,
con el
recuerdo de los viejos días.
En algún
lugar allí más allá del azul,
en las
mansiones que tantas son,
dicen, ¿no
hay alguno de todos, Annette, para ti?
Tú, cuya
única ofensa es
que amaste
las pequeñas felicidades,
partiste en
dos un corazón tonto
que se
recompondría fácilmente.
Cálido sol de
verano, brilla amigablemente aquí;
cálido viento
del oeste, sopla amablemente aquí;
Césped verde
arriba, descansa la luz, descansa la luz.
¡Buenas
noches, Annette!
¡Cariño,
buenas noches!
y este es el enlace para disfrutar la melodía coral de la canción de Dan Forrest. Vale la pena.
https://danforrest.com/music-catalog/good-night-dear-heart-ssaa/
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