Tan lejos de Dios y tan cerca de Solaris
En la literatura de nuestro tiempo,
los dos grandes maestros
de la ironía y la imaginación son:
Stanislaw Lem y Jorge Luis Borges.
Úrsula
K. Le Guin
La
ciencia ficción NO vende realidades, nos planta un espejo para entender nuestro
mundo en perspectiva.
En el posmodernismo de un siglo que ya
superó la mayoría de edad, hay quienes, como en el siglo XVI, todavía nos
intercambian oro por espejitos. Caso concreto del megamillonario Elon Musk
quien marca su “X” tanto en una red social como en su compañía aeroespacial que
promete viajes turísticos al planeta rojo; idea que ya está a la venta, pero
aún es un mero proyecto de ciencia ficción.
Ya
está visto que el magnate vende irrealidades. Con su empresa Tesla, que
catapultó el mercado de los autos eléctricos y con la cual obtuvo millonarias
ganancias, infladas, ya que vendió a varios países la idea de subsidiar los
carísimos autos, ya que eran el futuro de las energías limpias. Al día de hoy
estos países han retirado el subsidio a Tesla y se ha determinado que los autos
eléctricos no son la solución efectiva para los problemas climáticos del mundo.
Y
mientras tanto, en los contenidos populares de las redes sociales, (la de Elon
y otras) se maneja que este mundo ya tiene fecha de caducidad y que habrá de
realizarse un plan de viaje –tipo Arca de Noé interplanetaria- donde irán
(adivinen quién) los que más tengan, en cuanto a bienes o riquezas. Pero hay
una interrogante que nos lleva a analizar el caso Solaris: ¿El hombre necesita nuevos mundos o el mundo necesita
nuevos hombres?
Y
referirnos a Solaris obliga a un viaje por el espacio y el tiempo.
Podemos
acceder a Solaris viendo las dos películas: la de Steven Soderbergh del año
2002 o anteriormente la del ruso Andrei Tarkovski en 1972; pero hace falta ir
más atrás y adentrarnos en la novela del polaco Stanislaw Lem, publicada en
1961 y que marcó un nuevo paradigma en la ciencia ficción.
¿Y
por qué Solaris? La historia de la novela, en resumen, nos lleva tras la vida
de Kris Kelvin, un psicólogo especializado en el planeta Solaris, cuya
superficie está ocupada casi totalmente por un mar que es un ser vivo
inteligente, en estado plasmático. Kelvin llega a Solaris para demostrar la
naturaleza de su océano, y lo que descubre lo obliga a pensar en su propia
mentalidad humana, al enfrentar sucesos extraordinarios en la Estación Solaris.
Un
día, Kelvin despierta acompañado por Harey, su antigua compañera, que se había
suicidado años antes. No se trata de una alucinación: es ella. Posee todos los
atributos de su antigua amada. Y también le sabe dar razón de sucesos ocurridos
después de su muerte.
Harey
es muestra de la materialización de sueños de los habitantes de la nave. Cada
uno de los investigadores presentes en la estación tiene una teoría al respecto
y alguien a quien esconder. No existe explicación lógica, porque la misma
Harey, que no se siente una creación de Solaris ni del subconsciente de Kelvin,
está exenta de temores. Las teorías de los habitantes de la Estación Solaris
chocan con 100 años de investigación sobre el planeta e innumerables teorías
que los llevan a pensar hasta en un dios imperfecto.
El
tema de ciencia ficción que se aplica en la novela es El Contacto de seres
humanos con especies alienígenas, pero rompe el paradigma cuando no se trata de
un ser antropomórficamente similar al humano y no existe manera de establecer
un diálogo, o entender a este gigantesco ente.
Darko
Suvin resume la obra literaria así: “Solaris tiene varios niveles, y es a la
vez un rompecabezas psicobiológico, una parábola acerca de las relaciones y
emociones humanas, y una demostración de que los criterios antropocéntricos son
inaplicables en el mundo moderno”.
Solaris
representa un enigma, sobre todo por las reacciones que produce en los
habitantes de la estación, incluyendo a Harey, criatura creada por Solaris a
partir del subconsciente de Kelvin, pero que piensa y tiene personalidad, lo
cual hace de ella el personaje más desdichado.
Dice
el libro: “El ser humano ha emprendido el viaje en busca de otros mundos, otras
civilizaciones, sin haber conocido a fondo sus propios escondrijos, sus
callejones sin salida, sus pozos, o sus oscuras puertas atrancadas”. Según
el investigador Martín Cristal, “Sobre esa tensión funciona Solaris: Los
personajes buscan comprender un planeta del espacio exterior, pero acaban
asomándose a los abismos de las miserias y la oscuridad de su interior”.
Stanislaw
Lem busca en su obra enfrentarnos a lo desconocido como forma de reconocernos a
nosotros mismos: “No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son
espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo,
nos basta, pero no nos gusta cómo es” dice el autor polaco... “habrá planetas y
civilizaciones más perfectas que la nuestra; en otras, en cambio, esperamos
encontrar el reflejo de nuestro primitivo pasado”.
Considerada
como la mejor novela no anglosajona de ciencia ficción, Solaris es una obra que
hay que leer con la máxima atención, porque se entretejen varios niveles: por
un lado, se trata de una novela ciencia ficción “de primer contacto”, pero muy
distinta a Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, por ejemplo, sobre todo por la
imposibilidad de lograr dicho contacto. Por otro lado, es una novela
psicológica, que explora las relaciones humanas, el amor, la culpa, el remordimiento,
la amenaza permanente de la locura y el miedo a la soledad.
Pero
hay una tercera forma de repensar este libro: Richard Matheson en Soy
leyenda (1954) retoma al Drácula de Stoker renovando los miedos del
vampirismo en la era post-apocalíptica. Lem lleva a Solaris las historias
de fantasmas, renovando los miedos a lo desconocido en un lugar muy muy lejano.
En
conclusión: por muy lejos que vayamos en nuestra Arca de Noé intergaláctica, a
la humanidad la perseguirán sus miedos, traumas, debilidades y malas-vibras. No
hace falta ir tan lejos para cambiar.
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