domingo, 12 de febrero de 2023

 

“Lástima Margarito” y otros eufemismos de la derrota


 “Hay dos maneras de engañarse. La primera consiste en creer lo que no es verdad. La segunda consiste en negarse a creer lo que es verdad”.

Soren Kierkegaard.

 

Láááástima Maaaargarito, es un eufemismo (expresión decorosa para sustituir otra considerada de mal gusto, grosera o demasiado franca) que tiene casi 35 años de haberse puesto de moda, pero que la gente -algunos nacidos este milenio- aun la expresa sin saber su origen, a manera de evitar decir un directo “ya te jodiste”.

El origen de esta frase se da en un programa de televisión, allá por el lejano 1988, en el más lejano Imevisión, canal estatal que fue vendido por Salinas de Gortari y comprado a precio de ganga por Salinas Priego, que ahora se llama Trece; La farsa sucedía en el programa llamado La Caravana, en el sketch “La Pirinola”, que emulaba a los programas de concurso donde el participante podía llevarse millones de pesos, enfrentando pruebas muy duras; Johnny Latino, interpretado por Víctor Trujillo, buscaba la manera de negarle al concursante, Margarito Pérez, paupérrimo mexicano, encarnado por Ausencio Cruz, que siempre ponía toda su esperanza en ganar el mágico premio para que la fortuna lo rescatara de la pobreza extrema.

Margarito nunca conseguía llevarse el millonario premio. Las pruebas, más allá de lo humano posible, lo llevaban siempre a la derrota, momento en el que Johnny Latino truncaba sus esperanzas con el “Láááás-tiiiii-maaaaa Mar-ga-ri-to”, misma que se grabó en la sociedad como símil de las derrotas cotidianas del pueblo de México. 

No es el único ejemplo televisivo de frases que han ido acuñando los eufemismos a la derrota y el error mexicanos, y por ende generado una sociedad conformista con los magros resultados. Roberto Gómez Bolaños, quien reforzara la famosísima sentencia de su patrón Emilio Azcárraga Milmo: “La televisión es para los jodidos”, elaboró un par de series televisivas donde el común denominador era el nunca lograr un objetivo. Hay mucha admiración hacia los programas de El Chavo y El Chapulín Colorado, pero lo cierto es que en un moderno análisis educativo, los guiones escritos por Chespirito, algunos de ellos copiando a antiguos autores de renombre, debieron haberse prohibido por fomentar la violencia contra la mujer y los niños y muchos otros malos ejemplos de cómo NO llevar una vida. El conformismo y la derrota iban marcados en frases célebres como “Se aprovechan de mi nobleza” “Es que no me tienen paciencia” “que no panda el cúnico” “chanfle” y otros tantos “eufemismos” mal dirigidos hacia una población que semana a semana veían estas comedias “para jodidos”.

¿Y qué decir de las telenovelas? Los melodramas de cada día siguen inyectando una vida de ficción con la misma vieja historia de siempre. El sueño mexicano no se trata de obtener el triunfo con esfuerzo, la cosa –siempre- es esperar el milagrito que nos traiga por voluntad divina lo que no somos capaces de hacer.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la literatura?

El guionismo de todos estos programas debería ser revisado, que las televisoras contrataran a escritores que sepan dar un mensaje positivo en cada producción, y no hacer copias de copias de refritos que repiten la misma fórmula de hace 120 años.

Me refiero a Santa, novela de Federico Gamboa.

Santa viene a ser el primer melodrama del siglo XX (1903) con una historia triste y conmovedora, que básicamente el autor tomó de la realidad vivida en Chimalistac de finales del porfiriato. La novela fue un Best Seller que llegó a vender unos 70 mil ejemplares.

Con estilo naturalista que contradecía la llegada del modernismo literario, Santa, una hermosa mujer, es engañada por un militar que cuando obtiene lo que quiere se va del pueblo y la deja con la vergüenza a cuestas. Al abortar es rechazada por su familia y cae en un prostíbulo donde debe llevar una vida muy lejana a lo que soñaba.

Federico Gamboa retrata en su novela la realidad de la ciudad pecaminosa y oscura. Santa provoca compasión, aunque sus decisiones la van llevando a un pozo cada vez más profundo. El dolor y la miseria humana son retratados por Gamboa, así como las falsas esperanzas de quien desea estar junto a la bella mujer, como es el caso de Hipólito, pianista invidente que se enamora de Santa desde el primer día que llega al burdel.

La mujer muere de cáncer y deja solo al pobre de Hipólito, quien cuidó de ella en sus últimos días. Así cierra la tragedia que ha sido retomada en por lo menos 4 películas y un sinnúmero de culebrones televisivos que copian la historia de la mala fortuna de esta mujer. Historias de fracaso que calan hondo en el alma de los mexicanos.

¿Es la literatura responsable del afán derrotista de los mexicanos? NO.

A fines del año pasado unos jóvenes estudiantes de Filosofía me preguntaron si la literatura era factor del cambio, les respondí: “La literatura no cambia nada… quienes cambian son los lectores, que al terminar un libro ya no son las mismas personas que cuando iniciaron a leerlo”.

Es el mensaje.

Tal vez los autores (o más bien los productores, que solo piensan en pesos) deberían poner más cuidado en el mensaje que envían, ya que siempre causará una impresión en el receptor de la idea plasmada en las novelas, guiones de cine o televisión. No basta pensar siempre en la metafórica torta de jamón que algún día degustará El Chavo o que tal vez, solo tal vez Margarito algún día gane los muchos millones… hay que ir más adelante. Es todo.

 

 

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