El plagio en la antesala del
pocamadrismo
“Si
robas las palabras, te quedas con el dolor”.
Bryan Klugman, Lee Sternthal
El
ladrón de palabras (Película, 2012)
El muy tronado caso de plagio de tesis de Yasmín Esquivel, ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que pretendía ser presidenta de tal corte, pero se descubrió que su tesis de titulación como licenciada tenía “copypasteo” –que (casi) al final ha sido catalogado por la UNAM como “copia sustancial de la original presentada en 1986” nos pone a pensar muy en serio en la génesis de la corrupción, cuando todo empieza con un “Nadie se va a dar cuenta”. Y pum.
Es
claro que tanto la “copiadora sustancial”, como su asesora de tesis, sabían que
se incluía un texto de diferente autoría al trabajo de tesis que, como
característica principal, debe ser una teoría de trabajo que justifica los
conocimientos adquiridos (o no) en la máxima casa de estudios del país. Pero
“nadie se iba a dar cuenta”. Ahora, el final de esta historia debate entre
castigar a las responsables o no, pero el caso es que ya están bien “quemadas”
con el descubrimiento que en su momento tuviera el periodista y maestro de la
UNAM, Guillermo Sheridan.
Pero,
en el sentido literario ¿Qué es un plagio?
El
narratólogo estructuralista Gérard Genette, en su obra Palimpsestos, define el
plagio como “una referencia literal pero no explícita: las palabras de la obra
anterior aparecen en la presente, pero no se menciona cuál es tal obra anterior”.
Es un delito que puede ser castigado, si el autor original o algún ojeador de
libros muy “leido y escribido”, “se da cuenta” de la falta de inspiración del
nuevo autor y malaleche al copiar algún texto.
Contrario
al plagio, y como referente al origen de la idea en cuestión, existe la ”Cita”,
que Genette describe como “un procedimiento explícito y literal de referencia:
el texto anterior está presente con sus palabras originales y se indica su
procedencia”. Estos recursos, junto con la “Alusión”, son términos que se
aplican en la Intertextualidad de la literatura, que para conocerla necesitamos
un poco de historia.
Según
Wikipedia, la intertextualidad es la relación que un texto (oral o escrito)
mantiene con otros textos, ya sean contemporáneos o anteriores.
Dentro
de las corrientes literarias que utilizan la intertextualidad, tenemos que ir
hasta el siglo XIX, concretamente a Edgar Alan Poe y el origen del cuento como
relato estructurado. Poe nos marca una forma novedosa de contar las cosas, que
Lauro Zavala clasifica como “cuento clásico”.
Es
Anton Chejov quien en su momento, en la última parte del siglo XIX rompe con el
estilo original de contar, dando lugar al ”cuento moderno” (Lauro Zavala dix it también), donde una historia se
podía contar “sin trama y sin final” (título de un libro de Chejov).
La
llegada del siglo XX da a la literatura licencias para contar cosas “clásicas”
dentro del nuevo entorno del “modernismo” que no es aceptada por muchos
autores. Jorge Luis Borges, continuador del cuento moderno Chejoviano, nunca
perdonó a su paisano Vicente Huidobro el grado de modernismo que imprimía a sus
historias. “Escribe las mismas historias que Chejov” decía “y ni siquiera son
tan buenas” (esto lo parafrasee yo).
Es
en los años sesenta del siglo pasado cuando inicia el “cuento posmoderno”, el
cual hace uso de la intertextualidad, agregando ironía y nuevos aires a
historias conocidas, pero contadas en un nuevo orden. Mijaíl Bajtín y Julia
Kristeva nos acotan al respecto: “todo texto se construye como un mosaico de
citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto”, dice Kristeva,
mencionando el trabajo de Bajtín, en 1969.
“Me
suena parecido a…” es la impresión que nos dan algunas lecturas que arrastran
el código genético de autores pasados, por influencia, homenaje… o plagio.
Sin
embargo, al hablar de cuento nos referimos netamente a ficción, cosas que no
son reales, pero en el ensayo y la tesis, la verdad debe florecer como
resultado de una diligente investigación, encontrando pensamientos que nos
arrojan luz al tema que tratamos, pero que en todo momento debemos citar
adecuadamente; primero, para que se den cuenta que sí leemos (nos da un aire de
que tal vez no sabemos mucho, pero tenemos una idea de dónde está la
información); segundo, para que no se den cuenta los “leidos y escribidos” que
no sabemos nada y lo nuestro es copypastear pendejada y media.
En
nuestro idioma existen unas 150 mil palabras para expresarnos. Al momento
actual hay más obra literaria que palabras, por lo que podría ser casualidad
que algún escrito nuestro suene a clásico o lugar común… pero ¿una tesis
completa, Yazmín?
Hay
mucho más qué hablar sobre el tema. Los invito a opinar al respecto y/o
acompañarme a partir del próximo miércoles 25 de enero en el Taller de
Escritura Creativa “Alberto Huerta”, a las 17:00 horas, en la Sala Hermanos De
Santiago, al interior de la Ciudadela del Arte Zacatecas, donde daremos inicio
a un nuevo año de actividades sobre el placer (y tortura) de escribir.
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