Cuentos sobre la verdadera Navidad
Y que al
munícipe de Villa Bienestar se le ocurre festejar el 24 de diciembre lanzando
un centenar de cohetes sobre el pueblo a las 12 de la noche. Santaclós reportó
fuego antiaéreo en la localidad. Nadie recibió regalo el 25.
¡Ah,
Navidad!: época donde los malos se vuelven buenos y los buenos reciben un
premio por su sacrificio. O no, al fin ya están acostumbrados. Fecha donde
renueva la esperanza y se da lustre a la fe, tan necesaria para afrontar que al
día siguiente los malos sigan siendo malos y los buenos desgraciados.
Fecha del desfile del tráiler rojo de cocacola y de uno o
varios señores gordos vestidos de rojo, con la promesa de que al amanecer
aparecerá un regalo en tu casa –si y solo si te portaste bien– envuelto con
papel brilloso y moños rojos, al pie de un árbol donde no pueden faltar las
esferas rojas o esos bastoncillos rojiblancos de dulce que ni saben bien (diría
el niño glotón profesional que llevamos dentro). Fecha de sacar las chamarras
del closet y vernos tan gordos como Santa. Y Santa esto y Santa lo otro. Si
tienes suerte y te portaste bien, te llegará un regalo que te compraron desde
El-Buen-fin y lo guardaron más de un mes, para salvar al espíritu navideño de
las masas consumistas.
Eso es la navidad moderna: consumismo. La idea mercantilista
de que si quieres a alguien debes demostrárselo con un regalo de última
generación. Con-su-mismo rollo de que a Santa Clos no lo inventó la Coca-Cola
(solamente adquirió los derechos) y que el niño-dios nació en el pesebre para
salvarnos a todos (que hay estudios serios de que Jesús nació en marzo, pero la
iglesia adoptó esta fecha por cuestiones de “merchaidancing” (trad, “Con dinero baila el…”) para competir con
otras muchas religiones que festejan el Solsticio de invierno como el
nacimiento del Sol).
Antes de que inventaran la Coca Cola, la navidad era otra. Y a
los cuentos me remito. “La canción de Navidad” (1843), de Charles Dickens puede
ser un buen ejemplo de cómo encontrar el espíritu navideño, pero los tres
fantasmas decembrinos ya son algo tan trillado en la comercialización moderna
de material navideño, que el cuento del Sr. Scrooge se ha convertido en lugar
común. Sin embargo Dickens guarda en su obra cuentista algunos otros buenos
relatos para esta temporada, sobre todo, no tan quemados, tales como como “La
historia de los duendes que robaron un sacristán” (1836) o “Los siete viajeros
pobres” (1854)
NO esperen ver
gordos buenitos vestidos de rojo a cada vuelta de página, pero la literatura
navideña del siglo XIX, época en que tiene su origen la verdadera tradición del
espíritu de la navidad, abriga un sinnúmero de historias de autores reconocidos
que vale la pena leer para recuperar la magia de la introspección, el ayudar a
los demás y cosillas de esas que hacen que nuestro corazón de resetee cada fin
de año.
De acuerdo a Miguel
Ángel Pérez, compilador de cuentos navideños, “Durante el periodo victoriano (1831-1901) y
el desarrollo del capitalismo liberal inglés, se produjo gradualmente una
comercialización de la Navidad a partir de la década de 1840, que también
afectó de lleno a la literatura”. El mercado literario navideño de esa época se
basaba en hechos sencillos y palmarios. Dice Ángel Pérez “La sempiterna
disposición del público a hacer gastos adicionales en ese periodo, la
prosperidad de la clase media, la progresiva alfabetización de las clases
humildes y el gusto de las familias victorianas por reunirse ante el fuego y
leer en voz alta todo tipo de textos en las frías noches de invierno”
No olvidemos
que posterior a la revolución industrial, la sociedad cambió por completo. En
el siglo XIX, gracias a las máquinas de vapor, se pudieron imprimir en masa
diarios de noticias y un sinnúmero de libros que aportaron el plus cultural al siglo
de la industrialización.
Otros grandes
autores navideños que podemos citar en el período victoriano, son Anthony
Trollope, que en “Navidad en Thompson Hall” narra las peripecias de una señora
inglesa una aciaga noche en un hotel parisino, donde el autor explora la
verdadera naturaleza de las relaciones humanas. Charlotte Riddell, quien
destacó por cuentos de fantasmas, tiene “Un extraño juego de Navidad”, con un
efecto fantasmal.
Arthur Conan
Doyle, Don “Sherlock”, hace gala de su detective favorito en “Una Nochebuena
trepidante” o “La aventura del carbúnculo azul”, donde Sherlock Holmes no es
inmune al bondadoso espíritu de la Navidad. Juliana Ewing, escritora de
literatura infantil, nos demuestra sus dotes en “Dragones: un cuento de
Nochebuena”, en el que mezcla lo costumbrista y lo fantástico con suma
facilidad. Wilkie Collins, otro autor victoriano, subtituló su novela corta La máscara robada como “Una historia para leer al amor de
la lumbre navideña”, con una mezcla de humor, misterio y melodrama.
Pero es el libro Cuentos de Navidad el que reúne la literatura
decembrina desde los hermanos Grimm hasta Paul Auster, antes y durante Papá
Noel y sus rojizas y rollizas versiones.
En este libro, tenemos hablando sobre la navidad a autores tan
grandes en su momento como Theodor
Amadeus Hoffmann, Nathaniel Hawthorne, Charles Dickens, Hans Christian
Andersen, Fiódor M. Dostoievski, Hans Theodor Storm, Zacharias Topelius, Guy de
Maupassant, August Strindberg, Nikolái Leskov, Robert Louis Stevenson, Amalie
Skram, Antón Chéjov, Thomas Hardy, Ramón María del Valle-Inclán, Hector
Hugh Munro, Gilbert
Keith Chesterton, ¡James Joyce!, Dylan Thomas, Ray Bradbury y Truman Capote,
entre los ya mencionados, que la dan cada uno, con su toque exclusivo y
característico, un sabor muy propio al espíritu navideño, que nada o muy poco
tienen que ver con el tal Sactaclós o la mercantilización de fin de año.
Marta Salís, prologuista de la antología, nos habla sobre la
gran variedad de perspectivas y origen geográfico de los autores, que nos
guardan historias y culturas muy muy alejadas de la mercadotecnia del siglo XXI
y cercanas al verdadero fin del espíritu navideño, que es, entre otras cosas: reunirse
con la familia –por lo menos una vez al año- para intercambiar regalos y afecto;
celebrar fiestas y comidas especiales para compartir recuerdos más especiales;
escribir sentimientos sinceros en tarjetas de felicitación, cantar juntos villancicos,
adornar la casa con velas, guirnaldas, abetos, nacimientos y todo lo que llene
y reactive el microcosmos llamado familia.
Pueden descargar este libro digital en el grupo de Facebook Taller de Escritura Creativa Alberto Huerta,
y leerlo para sentir el verdadero espíritu de estas fechas.
Feliz Navidad: nos leemos nuevamente en año nuevo.
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