Amorcito-Corazón y dos luchas más
Cuento publicado en la antología Amorcito-Corazón y seis luchas más, del Taller de Escritura Creativa Alberto Huerta
En la Arena
Coliseo hierve el ambiente. El lleno total de la plaza obligó a Rodrik a sentar
a su hijo de 10 años sobre sus piernas, en el asiento que consiguió gratis en
tercera fila de la parte norte, justo en el pasillo por donde bajan los
luchadores.
“¡Y las damas primero! A nadie le gusta hacer pactos con el diablo, ni aunque
este se llame Blue Demon, pero este
viernes de Lucha Libre, en el majestuoso ‛Embudo de la Lagunilla’, los
enfrentamientos a tres caídas, sin límite de tiempo, inician con el llamado
‛sexo débil’ mostrando toda su fortaleza en este pancracio, donde también ha
llovido sangre de las chicas enmascaradas, porque no se amedrentan ni ante el
mismísimo demonio”.
Inicia el comentarista, con todo el retumbar del sonido local y los
radios portátiles que reciben señal de la función de Lucha Libre. Lo primero
que hace Rodrik es pedir una cerveza en vaso grande al despachador más cercano.
—¿No me va a comprar un refresco, apá? –le pregunta su hijo, mientras él
paga y recibe en su mismo asiento.
— Ya estás en edad de probar cerveza, Jano.
— Mamá dice que la cerveza hace daño y engorda.
Responde con toda la razón que explica la voluptuosidad abdominal de su
prócer, pero sin ser escuchado. El locutor interrumpe.
“¡Caminos de vientos
dóciles llevan al infierno! Hoy iniciamos las batallas de la Arena Coliseo con
cuatro damitas, en mano a mano de parejas en el que solo habrá una
sobreviviente digna de la gran corona como la mejor luchadora de la región”.
Las luces del local se apagan y todo se concentra en la salida de
vestidores por el pasillo norte.
“Abre el desfile de princesas Amorcito
Loco, liberándose de una camisa de fuerza, en lugar de la tradicional capa
que portan los luchadores. Bella damita de cabellera abundante que muestra toda
su gracia en colorido bikini, el cual exhibe su musculatura lograda en el
gimnasio que, junto a su locura en el cuadrilátero, hacen de ella la oponente
más peligrosa del momento”.
La luchadora avanza triunfal, con paseíllo holgazán y una risa
desparpajada que evidencian falsa locura. Al pasar por la tercera fila, el hijo
de Rodrik recuerda de cerca la sentencia sobre la gordura como efecto del fermentado
de cebada. La loca tiene panza chelera.
“Hace la aparición su compañera de gesta –por el momento– la invencible
¡Corazón Flamígero! que, presumiendo
su belleza natural, al igual que Amorcito
Loco, no utiliza ninguna máscara, y su blonda cabellera reitera su carácter
de invicta; porque, como su nombre lo dice: es adorable, pero no dudará en darte
una puñalada por la espalda… ellas son rudas, rudas, rudas”.
La dama, vistiendo top que
lleva como escudo un corazón atravesado por un puñal antiguo, más delgada que
la loca, pero a vistas más alta y poderosa, alcanza a su acompañante en el ring
y juntas dan su paseíllo, saludando a las más de 6 mil almas congregadas en el
foso de épicas batallas. Jano, al verla pasar, levantó la vista todo lo que
pudo hasta cruzar una mirada con la atleta, que al avanzar le pareció eterna.
—¿Las mujeres se golpean de verdad, apá? –preguntó.
— Esto es circo, maroma y teatro, Jano; las mujeres siempre serán el
sexo débil. Pero verlas con poca ropa “levanta el ánimo”, algún día lo
entenderás.
“Una maravilla traída de Brasil es la hermosa Lady Farinha, que cubre su rostro con esa máscara verde-amarelo,
pero tras la cabeza presume su abundante cabellera con una cola de caballo de
intenso y brillante negro”.
El hilo de la pequeña tanga sobre sus caderas hace que la brasileña sea
un atractivo superior para la función. La carioca pasea a ritmo de samba por el
pasillo hasta colocarse en la contra esquina del ring frente a sus enemigas. Rodrik
nunca pierde de vista el trasero de la bella luchadora. Con una cerveza caguama
en las venas, sus gritos sobresalen a la muchedumbre.
— ¡Mamacita, te amo! –se escucha en todo el pleno.
Jano es llevado por esas palabras al fragor de hogar. Para él lo más
representativo del amor son los cariños de su madre, cuando la escucha silbar
cancioncillas desde la cocina. A veces chifla la melodía de una película de
Pedro infante con tonada pegajosa, pero su favorita es una que al silbarla
hasta parece que la está cantando: “Que se quede el infinito sin estrellas…”. Y
él se acerca, recarga la cabeza en su cadera y la abraza de la cintura mientras
ella, sin descuidar los deberes, acaricia su cabello a una mano. Es para este
niño el momento más placentero de la jornada, pero también la calma que precede
a la tormenta.
“Finalmente, la más misteriosa estrella de la Lucha Libre”. Expresa el
locutor de la noche. “La Calandria
Enmascarada, de quien lo único que se conoce es su máscara color papaya con
antifaz negro y la nariz cubierta como si fuera un pico de ave. nadie conoce su
identidad, no da entrevistas. Solamente lucha, vence y se va. Y esta noche
viene a hacer una de esas rutinas de victoria y desaparición”.
La Calandria Enmascarada sale
de los vestidores con paso firme, casi militar, sabedora de lo que enfrenta,
pero portando esa estirpe de soberana del ring. El negro de sus ojos se pierde
entre el antifaz de su máscara, es imperceptible dónde termina la intensidad de
su iris y comienza la profundidad de sus pupilas. La fortaleza de ese negro
hace su mirada abismal. Al avanzar se despoja de su capa con forma de alas, dejando
que su traje de baño anaranjado, de una pieza, le resalte la figura. Un
cinturón negro –que funciona más como fajín de lucha– acentúa el bello contorno.
La asistencia clama su paseíllo sin exageraciones, con el respeto que se ha
ganado por incontables luchas en ese coso.
Hasta que, al pasar la tercera fila, Rodrik cimbrea su cadera con
tremenda nalgada. Ella voltea con furia que erupciona, pero al ver que hay un
niño en las piernas del atrevido espectador, sigue su paso hasta subir al ring
y reunirse con Farinha.
“Las cuatro luchadoras saludan al público en el preludio de la batalla.
¡Es noche de gladiadoras que no saben rendirse!”.
Grita el vocero, acrecentando el furor de la gente. La mujer de la
máscara color papaya no disimula su enojo –muy fuera de lo común para algo tan
intrascendente en ese oficio–. Antes de iniciar la gesta, Amorcito Loco gira sus ojos en ademán de chifladura y sin decir
“agua va” asesta el primer puñetazo a la Calandria
enmascarada, derribándola sobre la lona.
— Así se les pega a las viejas, mijo. Para que nos respeten y se
arrodillen del miedo. –Dice Rodrik con arrebato que se pierde entre la
animosidad del público.
— ¿Y el amor, apá?
El ruido de la campana y la bulla del lleno en la Arena le impiden oír. Pero
Jano recuerda por un instante los momentos cuando su padre escucha silbar a la
ama de casa y corre a la cocina a propinarle golpes con la única razón de que
le molesta el ruido que forma el aire musical brotando de sus labios. Llanto, sangre,
discusiones, sumisión. No son los ejemplos de amor que el niño ha recibido. Al
hombre de la casa no solo le mortifica que su mujer chifle mientras cocina, no
soporta que ella trabaje las tardes-noches, de martes a sábado, como lavaplatos
en restaurante de lujo; le da coraje que ella gane más dinero que él en su
trabajo de ayudante de mecánico –las propinas son muy buenas, aduce ella, a
veces entre sollozos–. El impacto del puño de Amorcito Loco sobre el pómulo de La Calandria le dolió al
jovencito Jano en lo profundo de la remembranza.
“Ni tarda ni perezosa, la Calandria
Enmascarada salta como resorte a devolver el puñetazo a su contrincante
loca. Hay furia en la mujer que viste color papaya, tanto así que Corazón Flamígero y Lady Farinha permanecen inmóviles en sus esquinas”.
El estilo del ave enmascarada cambia de “técnica” a totalmente encolerizada,
repartiendo golpes a Amorcito Loco.
La gresca dura poco: una patada voladora entre oreja y parietal hace que la
mujer del ataque adelantado caiga desvanecida a la lona.
“Calandria Enmascarada se
abalanza al piso encima de la chiflada aplanando su espalda. El réferi se tira
para el conteo de tres tiempos y da por bueno el primer episodio del
enfrentamiento. La mujer-ave ha olvidado silbar el triunfo desde la tercera
cuerda en su esquina, como tiene acostumbrado a su público”.
Pero Amorcito Loco no se
levanta. Permanece inconsciente. La Arena coliseo guarda silencio momentáneo.
Jano, desde la tercera fila de butacas, regresa a sus recuerdos
fulminantes, cuando su padre golpeaba a su mujer hasta el desmayo. Si él
intervenía para intentar detenerlo, terminaba de una patada bajo el fregadero. Era
común ver a su madre disfrazar los resultados de las golpizas con maquillaje.
Su padre pide otra cerveza y, cansado de tener al niño en sus piernas,
le indica que vea las luchas parado en el pasillo.
Los doctores de la esquina ruda suben al ring para intentar que Amorcito Loco recupere la consciencia,
pero le informan al réferi que ella no podrá continuar. La Calandria Enmascarada gana las tres caídas en un solo ataque de
ira. Pero no está contenta.
“Parece que la mujer-ave desea el triunfo a toda prisa. Apenas se
determina la descalificación de la loca desmayada, Calandria Enmascarada sube a la tercera cuerda y salta al mejor
estilo del Místico, tomando entre sus
piernas el cuello de la grandota Corazón Flamígero
y girando a su alrededor para hacerla caer al piso. Pero antes de que se suba
encima para ganar la caída, Lady Farinha
la empuja fuera del ring señalando que la mujer alta es su contrincante”.
La luchadora del traje papaya ve cómo el niño la mira sorprendido en la
cercanía, desde el pasillo. Las cosas pasan rápido, mientras ella parece hacer
un ademán de saludo, la ruda espigada, con facciones europeas de mujer del mar
del norte, hizo girar en el piso a la brasileña y le ganó la primera caída a
golpeteo del réferi sobre la lona.
“¡Corazón Flamígero le ganó
las espaldas a la bailadora de samba!” gritonea apasionado el comentarista.
“Pero el gusto le dura poco. Calandria Enmascarada
sube al cuadrilátero como de rayo y antes de que la mujer de blonda cabellera
reaccione, ya ha sido derribada y tiene a la mujer-ave encima. ¡El réferi le da
el triunfo de esta caída a la mujer misteriosa!”.
La furia de La Calandria no ha cesado. Ayudada por su compañera de cola
de caballo azabache, le propina las dos caídas restantes a Corazón Flamígero en breve. Pero la traición es instantánea.
“Solo quedan dos sobre el ring, pero la amazona toma la delantera
impulsándose en las cuerdas para volar y, con sus amplias y deseables caderas,
dar un golpe en seco por la espalda a la que fuera su compañera”.
La Calandria se levanta hecha un torbellino y la carioca no ve por dónde le tunden
los golpes. La lucha es tan desigual que el réferi interrumpe, dándole esa
caída a la mujer-ave, pero también un respiro a Lady Farinha.
Parece que la misteriosa mujer deja salir una furia de años y piensa
desquitarla con su ahora oponente, arrinconándola de cara a la esquina lejana
del ring.
“¡La mujer-ave pretende despojar a la brasileña caderona de su máscara
verde-amarelada! Lady Farinha parece
decirle algo a su oponente”.
— No la chingues, ¡me estás matando! –dice– Se supone que todo está
arreglado para que yo gane la corona. –Le exige la carioca (que en realidad
nació en La Merced) con gesto doloroso.
Calandria piensa un momento, le dice algo a su oponente y la jala de la cola
azabache para impulsarla contra las cuerdas del lado norte mientras toma vuelo
del lado contrario. La elasticidad de las cuerdas le da fuerza para levantarse
por los aires.
“¡La Calandria enmascarada vuela
sobre Lady Farinha como si fuera
Superman! Pero la amazona alza sus brazos y aprovecha el impulso para mandarla
sobre las cuerdas ¡fuera del ring!”
El locutor la ve volar muy por encima de él y se queda mudo. Ella hace
un giro y queda con los pies por delante, llegando precisamente sobre Rodrik.
Una doble patada entre mandíbula y hombros llegan con todo el peso del vuelo de
La Calandria, hasta romper la butaca
en la que se embriagaba el mecánico. El caos alza una polvareda. Ella se
levanta y ve a Rodrik ruinoso, sangrando por la nariz y bañado en cerveza.
Jano está junto a ella e instintivamente recarga su cabeza en la cadera
de la luchadora pasando su brazo por la cintura. Ella acaricia su cabello a una
mano sin dejar de ver al borracho tendido.
“¿Está desmayado o está muerto? No lo sabremos hasta que lleguen las
asistencias médicas al lugar de los hechos. Parece que el hombre en el piso fue
el que le propinó tremenda nalgada a Calandria
Enmascarada mientras hacía su aparición en público. ¡Esto parece justicia
divina!”.
Dice el comentarista, que no para de hablar emocionado.
La Calandria Enmascarada
regresa al ring en majestuosa parsimonia, sabedora de que es dueña de la
victoria. Silbará la canción de triunfo –que todos reconocen- mientras toma el
cinturón de campeona. Y desaparecerá de la Lucha Libre para siempre.
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