«Si los destinos de
Edgar Allan Poe, de los vikingos, de Judas Iscariote y de mi lector
secretamente son el mismo destino el único destino posible, la historia
universal es la de un solo hombre.»
Jorge Luis Borges
Historia
de la eternidad.
Citar a Edgar Allan Poe
es hablar del tronco común del árbol genealógico de la literatura universal. El
autor del poema El cuervo, así como vasta obra poética y de relatos, que
inaugura géneros literarios –como el policíaco– y marca las pautas para una
poesía moderna, ha sido ejemplo para muchos autores de generaciones posteriores
a mitad del siglo XIX, que llevan, en el ADN de sus obras literarias, los genes
de la obra del malaventurado Poe.
Las
raíces de este “tronco” vienen dadas, en específico, por la obra de Mary
Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), incluyendo las historias
fantasmagorianas de la literatura alemana del siglo XVIII (cuya influencia
nunca confesada le criticaban a Edgar Poe, que respondía: “El horror no es de
los alemanes, el horror es del alma”), que inspiraron la obra generada en la
Villa Diodati, allá por 1816.
Además,
con influencia de autores como Lord Byron, Thomas Moore, Goethe, Poe inicia una
poética que, sin desentender la métrica y rima, nos aplica un mensaje cifrado
dentro de una estructurada dosificación de su lírica. A su obra le siguen
autores como Baudelaire –quien según Apollinaire adaptó los sentimientos
morales de Poe a su lirismo- Mallarmé, Paul
Valery, que marcan la ruta de la poesía moderna.
En el
siglo XX podemos seguir la pista de la génesis de Poe en autores como Kafka,
Joyce y, por supuesto, Borges.
El
autor de El Aleph dedicó a Edgar Allan Poe un ensayo sobre su obra, publicado
en 1949, donde justifica las neurosis, alcoholismo, pobreza y mala fortuna del
autor de El cuervo como elementos detonantes de toda su obra. Más que el
método, según Borges la obra de Poe se nutría en extremo por sus vivencias y
situaciones límite que enfrentaba.
En su
ensayo Método de la composición (En inglés: The Philosophy of Composition),
publicado en la revista Graham’s Magazine de Filadelfia en abril de 1846. Edgar
Allan Poe propone –en respuesta a Charles Dickens, por un ensayo sobre el
método creativo de Godwin- una teoría propia sobre el método de escritura adecuado
para cuento y poesía, al analizar a detalle su poema El cuervo, donde el
análisis de todos los elementos, antes de iniciar la escritura del texto en
cuestión, revisten gran importancia.
Según
Poe, la obra ha de escribirse después de que el autor haya decidido
primeramente cuál va a ser su desenlace y cuál el efecto emocional que desea
causar en el lector. Una especie de navegación “con brújula” en el trabajo
literario. Para Poe, hasta que estos elementos han sido determinados, pueden
decidirse –con facilidad– los demás asuntos correspondientes a la composición
del trabajo, como el tema, ambiente, personajes, conflicto y argumento.
En su
ensayo sobre composición, Edgar Allan Poe resalta la importancia de decidir
previamente detalles como: la dimensión del texto (para El cuervo decide, antes
de iniciar, que deben ser 18 estrofas de 6 versos cada una), el terreno o
ideología (para este caso: el amor), el tono del mensaje (triste y de luto,
para El cuervo), las claves de la obra (un animal relacionado a la muerte), así
como la originalidad en la técnica, que la aplica en una frase repetitiva y con
tono ascendente al final de cada estrofa: “nevermore”
o nunca más.
Fuera
de todo método de escritura, los textos de Poe resaltan por la originalidad
insólita y temas nunca antes tratados, demostrando también que la obra
literaria lleva una buena parte de trabajo arduo para su realización.
Publicado en el periódico Ecodiario, el 27 de noviembre 2022